Nada existe peor que la conciencia
de vernos como somos, finalmente,
el yo desajustado, maldiciente
y en medio del horror, clarividencia.
Entre la bruma gris, clama vigente,
una señal precisa de exigencia,
llama al retorno en paz, sin estridencia,
con su candil de luz resplandeciente.
¿Cómo limpiar el odio acumulado?
¿Puedo mirar al otro cara a cara?
¿Hablar con él sentándome a su lado?
¿Será posible superar la tara
del desencuentro más desmesurado
que al hombre hiere con su cruel escara?