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El general salió de su cuarto con las pantuflas puestas. Entró al baño y abrió los grifos. Trató de combinar las canillas para lograr la temperatura ideal. El calefón no estaba funcionando bien. Debía llamar al plomero. O a López. Seguramente él lo ayudaría.

Al desvestirse, siguió pensando de qué forma lo haría.
¿Un fusilamiento, a la vieja usanza? Mucho alboroto, muchas huellas. ¿Ahogarlos? Era una imagen fea para los soldados. ¿Seguir con la picana? Vamos a perder mucho tiempo. Además, los más jóvenes vienen muy impresionables. ¿Tirarlos a un pozo con cal? Habría que cavar otro pozo más y... no, no. Voy a ser un poco más original.

Con una sonrisa, recordó su primer vuelo para eliminar los desperdicios, junto a Horacio.

¡Qué grande el porteño!

LA CUNA
sangre
Quince minutos después, con las ideas un poco más claras, salió del baño de inmersión que adoraba darse todas las mañanas. Se vistió con la ropa de siempre y pasó por el dormitorio de la bebé. Acomodó la manta que la tapaba, alejó los ositos de peluche de su pequeña cara y le dio un beso en la frente.

¿Con veneno para ratas? Así tampoco.

Algún día, quizá muy pronto, recibiría una medalla por esto. Se sentó en la máquina de escribir Remington y redactó.
      Córdoba, 22 de junio de 1978
Sr. Teniente J. I. López
De mi mayor consideración:

A través de la presente le ordeno que el día 26 del corriente proceda a la ejecución de:
    -Agustinoy, María Dolores
    -Cervaglia, Luis Emilio
    -Diratti, José María
    -Frencia, Eduardo
    -Salvitti, Juan José
de la siguiente manera: serán atados de pies y manos hacia atrás, ojos vendados, amordazados y enterrados de pie, vivos, en un cajón de madera. No los golpee previamente. Morirán de hambre, sed y desesperación.

Proceda como siempre a la limpieza posterior de las celdas y la destrucción de esta carta, una vez que cumpla al pie de la letra las órdenes aquí expuestas.

Selló el sobre con lacre. Ahora sí, estaba inspirado. Con muchas ganas de ver la final. Dejó el café enfriándose sobre la mesa y fue otra vez hasta la cuna nueva de roble.

Le dio otro beso a la bebé, nacida anteayer en el mismo cuartel y la arropó. Todavía no tenía nombre. Debía sacar hoy mismo su documento. Y llamar a López. Seguramente él lo ayudaría.

Te quiero, bebé. Espero que alguna vez me entiendas. O me perdones. Todo esto es por tu bien.

Quizás te llames María Dolores. Como tu mamá
.

Selección de poemas y relatos escogidos de © Gonzalo Salesky , cedidos amablemente por el autor, para su publicación en la revista mis Repoelas:



La cuna


Memoria


Cinco guerreros


 


Página publicada por: José Antonio Hervás