Cada primero
de mes, Noelia emprendía el duro camino del dolor y
la tristeza. La mañana, fría como el hielo,
no ayudaba a soportar tanto sufrimiento. La congoja era su
única compañía hasta que llegaba a las
puertas del recinto. Un pequeño grupo de personas,
con el rostro de la tristeza, esperaban en silencio su turno.
Puertas que se abrían; nombres que se mencionaban;
el frio que traspasaba los huesos. Dos minutos de llanto,
no había tiempo para más; y otra vez, un mes
de espera e incertidumbre y un amargo silencio. |