EL
ELFO CAPRICHOSO |
En uno de mis viajes por
las frías tierras del norte de Europa, fui de excursión
(un día que no nevaba) a un bosque tan frondoso
que apenas quedaba espacio entre árbol y árbol
para instalar
mi tienda de campaña.
Había pasado todo el día caminando, cargado
con la mochila (que pesaba muchísimo) y comiendo en
los lugares más altos sobre las rocas del monte Kjolen
para divisar el paisaje y tomar algunas fotos panorámicas.
En todos mis viajes tomo fotos, muchísimas fotos, para
recordarlo después cuando estoy tranquilito en mi casa,
calentito en mi sillón, descansando.
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Como en esos lugares llueve y nieva muchísimo, el
agua no era ningún problema, por el contrario, era
abundante y caía por entre las rocas formando hermosas
cascadas. Estaba fría pero no helada y, como iba
cansado de tanto y tanto caminar, me apetecía lavarme
la cara y tomar un traguito de vez en cuando para refrescarme.
Al caer la tarde, siguiendo el curso de un río helado
(por las tardes y por las noches baja muchísimo la
temperatura),
llegué a un lugar, resguardado y muy bonito, en el
que mis piernas estaban tan cansadas que me aconsejaron
parar a descansar pues llevaba todo el día subiendo
y bajando entre árboles y rocas y estaba tan cansado
que ya no podía caminar más.
Estaba muy contento e impresionado por la belleza y el
misterio de aquel lugar, ¡¡pero cansado!!
Por fin, cuando ya casi no se veía, encontré
un lugar con bastante espacio, entre unos árboles
enormes
repletos de hojas, en el que podía instalar mi tienda
de campaña. Y me puse a montarla y a preparar las
cosas para cenar y dormir.
Entonces, cuando empecé a notar el frío, pensé
que tenía que buscar un poco de leña para
hacer fuego y calentarme ya que, en el norte de Europa,
hace muchísimo más frío que aquí.
Y eso fue lo que hice tan pronto como terminé de
montar mi pequeña tiendecita en el bosque.
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Salí con mi potente
linterna, pues se había hecho de noche y no veía
nada, y, en ese preciso momento, sucedió algo tan
inesperado hasta entonces para mi, que me sorprendió
tanto que os lo quiero contar:
En aquel bosque habitaba un elfo,
de diminuto tamaño, que tenía su casa entre
los huecos de las raíces de un gran abedul.
Justo enfrente de su casa había una viejo roble,
seco y resquebrajado, en el que habitaban unas setas con
unos preciosos lunares rojos, que no le dejaban descansar
con sus continuos paseos y canciones. Además eran
muy amigas de unos gusanitos, con muchísimas patas,
que llegaban cada día a visitarlas corriendo a gran
velocidad, levantando polvaredas
que no le dejaban ver los árboles y haciendo un gran
ruido con los golpes de sus múltiples patitas en
el suelo.
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Mientras caminaba escuché un sonido, muy débil
y delicado, que me llamó la atención. Yo no
entendía nada de lo que escuchaba pues el elfo no
hablaba español y yo no entendía su lengua.
Miré en todas direcciones pero no vi nada.
Yo estaba muy extrañado con lo que estaba pasando
y, si quieres que te diga la verdad, también me dio
un poco de miedo. Bueno, no sé si fue miedo lo que
sentí pero, por lo menos, estaba un poco preocupado
ya que todo aquello era la primera vez que me sucedía.
Por fin, dos pasos más adelante, vi una pequeña
figura (muy rara) de pie; se movía haciendo gestos
extraños frente a mi linterna, que enfocaba hacia
el suelo para no tropezar, de un color que no sabría
explicar qué color es. Nunca antes había visto
ni ese color ni un ser de ese tamaño.
Intenté hablar con él pero fue imposible.
No podíamos entendernos ya que hablábamos
lenguas diferentes.
Entonces, me acosté sobre el suelo, que estaba muy
frío, y puse mi cara frente a él. ¡¡Ahora
sí que nos veíamos los dos perfectamente al
estar tan cerca el uno del otro!!
El elfo no sabía que seres tan extraños
como yo existieran en los bosques del norte de Europa. Yo
tampoco sabía que en esos bosques existían
seres tan diminutos como los elfos.
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Después de un ratito el uno frente al otro, como
yo no dejé de hablarle “muy
flojo y des-pa-ci-to”, por si me entendía
algo de lo que le decía, el elfo se sonrió
lleno de alegría. Lo noté en el brillo de
sus ojillos. ¡¡El elfo me entendía perfectamente
cuando le hablaba
flojo y des-pa-ci-to y por eso se puso tan contento!!
Hablamos durante más de media hora y, durante todo
ese tiempo, me explicó cuales eran sus problemas.
Yo le entendí perfectamente porque el elfo también
me hablaba muy,
pero que muy flojo y des-pa-ci-to.
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- Oiga usted, doña luciérnaga,
¿puede ayudarme a resolver un problema que tengo
con mis vecinas las setas? - Me dijo el elfo.
- Perdone usted, pero yo no soy una luciérnaga –
le dije sin querer molestarle- Yo soy un turista español
que he venido a pasar mis vacaciones a este bosque y la luz
esta que está viendo es de mi linterna. La llevo de
noche para no tropezar. Y ahora iba a buscar unas ramitas
de leña para poder calentarme, que hace muchísimo
frío.
- Pues perdóneme usted, señor turista español,
pero… ¿puede ayudarme a solucionar el problema
que tengo con mis vecinas las molestas setas?
Yo no podía creer que en el norte de Europa, estando
de vacaciones, me podría pasar algo así. Era
una experiencia extraordinaria, maravillosa.
Comencé a pellizcarme la cara y los brazos para
comprobar que lo que me estaba pasando era cierto.
¿Te imaginas la cara que pondrán mis amigos
cuando les cuente esta historia que me está pasando?
- pensaba yo mientras me hablaba el elfo y me contaba su
problema. |
- Bueno, vamos
a intentarlo pero ¡¡yo no he hablado nunca con
las setas!! Si puedo hacer algo para que se quede usted tranquilo
esta noche, y yo pueda volver a mi tienda de campaña
con la leña para calentarme antes de dormir, pues lo
haré.
- Gracias señor turista español. Vamos a mi
casa que está aquí cerca, en el abedul de la
curva siguiente, frente al roble seco y resquebrajado.
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- Vale pero, al menos, ya que nos hemos hecho amigos,
vamos a presentarnos: Yo me llamo Pedro y vengo de España.
- Yo soy un elfo y no tengo nombre. Bueno, por si no sabes
lo que es un elfo, soy un genio del aire.
- Y… si eres un genio del aire ¿qué haces
aquí en la tierra en medio de este bosque? –
Le dije yo extrañado.
- Pues yo estaba tan tranquilo sobre una nube, encima de mi
copo de nieve, y, al comenzar el frío, cayó
una nevada en este bosque y ahora tengo que pasar todo el
invierno aquí.
Continuamos la conversación mientras íbamos
caminando y, varios pasos más adelante, encontramos
el abedul. Para mi estaba cerca porque mis pasos son largos
pero, para el elfo, la distancia era enorme debido a la
pequeñez de sus diminutos pies. Por eso me pidió
que lo llevara en mi mano y así llegaríamos
antes. Y eso hice, bajé mi mano hacia el suelo y
de un salto se subió sobre mi dedo
pulgar.
Al llegar hasta el abedul me dijo que le bajara. Bajé
mi mano hasta el suelo y, de otro saltito, subió
hasta la raíz que le servía como techo de
su casa. Me señaló con su brazo hacia un montón
de leña vieja y seca que había enfrente. Era
leña de roble, muy buena para hacer el fuego. Me
agaché a cogerla y, en ese mismo momento, escuché
un fuerte silbido. Me giré y me dijo al oído
que era ahí donde estaban las setas. |
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Enfoqué
con mi linterna sobre la leña, revolví todos
los troncos, miré por debajo, por entre la hierba…
por todos sitios y nada. No pude ver nada por ningún
sitio. Ni rastro de las setas con los lunares rojos. Y eso
que mi linterna alumbraba muy bien porque le había
puesto las pilas nuevas ¡¡y eran alcalinas!!
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Convencido de que no había setas,
ni gusanos, ni nada de nada, de que el bosque estaba tranquilo
y no se escuchaba nada más que el silbido del viento
entre las copas de los árboles, me pidió disculpas
y me dijo que estaba muy cansado y quería dormir un
poco. Que todo lo que me había contado… ¡¡tal
vez había sido un sueño!!
Yo le dije que también estaba muy cansado de estar
todo el día andando por los montes, que tenía
frío y que me llevaba la leña para calentarme.
Al despedirnos, me pidió que le dejara
mi linterna como regalo. Le dije que no podía dársela,
que la necesitaba para volver, pero que se la prestaba un
poquito. Cuando se la di, por poco se cae de boca al suelo:
¡¡mi linterna era más grande que él!!
Y ahora que estoy en mi casa recordando
la historia, estoy pensando yo en lo que me dijo el elfo:
… “que
todo lo que me había contado, tal vez había
sido un sueño…” |
Este
relato, en su versión original, fue un regalo navideño
a los alumnos de 2º de primaria del CEIP. Mediterráneo
de Águilas-Murcia. Las ilustraciones originales también
pertenecen al autor.
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