ES
animal la soledad
adicto a cementerios,
orfanatos y andenes.
Atenta, anda al cansado
chirriar de estos huesos,
solícita cabecea
a los pies de mi cama.
A veces
la mala puta me abandona,
recuerda asuntos por resolver
cada vez que el timbre anuncia
tras la puerta una visita.
Aquí,
propensos al melodrama,
a la adictiva curiosidad de vecindario,
al absurdo vaivén retransmitido,
solidarios
hasta la frontera del felpudo.
Aquí,
dando patadas a la misma piedra
con inusitado regocijo
en la práctica utilidad de las cisternas,
en el orden
que presiden uno a uno los recelos.