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poema de  Antonio Rivero Taravillo

LA MUERTE EN LERICI




Cuando Shelley fue incinerado
—aún veo la lámina aquella
en un libro de historia familiar—,
ardió la zarza bíblica, el ateo
fue ave fénix, poesía en alas:
arde el ahogado,
sobre las llamas se alza el humo,
en la playa tirrena, lejos,
cerca de todo cuanto quiso.

Con un libro de Keats en el bolsillo,
con su cuerpo en el seno del mar,
el poeta fue devuelto a la superficie:
regresan con la marea sus versos
en cada relectura, o en la memoria
—depurados como el cuarzo, inútiles como la arena—.
Son señales de humo que nos gritan
que irrumpe en nuestras vidas la muerte
y sólo queda, tras el fuego, el recuerdo,
si acaso escapa el arte a las cenizas.

Una pira fugaz es faro, y dura,
aviso a los navegantes: la obra allí
de alguien que cantara a una alondra
y fue hermano de rayas y gaviotas.
El cálido sol, la humedad de las algas
pugnan por corromperlo,
no la tarde que avienta sus cenizas
robando gloria a su romana urna.

OTRA DEFINICIÓN DE LA POESÍA

 
Eso es la poesía: llamar copas
a unos recipientes sin encanto,

vasos esbeltos donde la hiel y el hielo
no suplen la carencia de la magia.

Esto es la poesía: borrachera,
sabor y sensación de vida, euforia,

o sed de espantapájaros de un yermo
que no visitan aves ni el verano.

 

LA RAMA SOLITARIA DE FEBRERO

 
¿Por qué la rama tiembla? ¿No se mece
únicamente ella entre las ramas
del árbol despojado de febrero
un instante tan sólo, y luego, inmóvil,
vuelve al concierto de quietud y calma?

Si hubiese ido ahora a la ventana
jamás habría visto el gorrión
que partió cimbreándola. Temblona,
la dejó como un portento ante mi vista,
movimiento sin causa. Si lo vi,

mejor no haberlo hecho, y meditar
en un milagro: el de la rama viva
que no pudo aguardar al tibio marzo
y quiso mecerse, antes que las otras,
soñando su follaje estremecida.

 

Poema seleccionado por la poeta © Antonio Rivero Taravillo, para su publicación en la revista mis Repoelas:




tres poemas



 


Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras