Como
afluentes de un río de caudal colosal,
son las aguas que corren en un mismo sentido
a la cuenca profunda, que el Destino ha escogido,
para molde de razas en unión inmortal.
Albos puentes de velas transitaron los mares
y tornaron mestizas las doradas arenas,
por las huellas perennes que navegan en venas:
de las razas y dioses a los nuevos hogares.
Del crisol de los tiempos han brotado semillas
a vertientes de sangres en los surcos profundos
de morenas extirpes, que ensancharon los mundos,
hermanando fronteras de distantes orillas.
De las altas montañas, soberanas del Ande,
se vislumbran los siglos que trajeron los vientos
desde Tierras Hispanas, hasta campos sedientos,
germinando retoños en la Patria más grande.
De lejanos confines y en el mismo lenguaje
traducimos la vida sin contar las distancias;
rescatamos leyendas, compartimos estancias
y viajamos el mundo con el mismo pasaje.
Los clarines resuenan y responden las “quenas”
en eurítmicas notas de la misma canción
que amanece en los valles, como fiel oración,
enseñada por “apus” de montañas
amenas.
Fueron dioses mestizos de los santos altares,
que sumando culturas descubrieron al hombre;
y mestizos los hombres que pusieron por nombre
las raíces de aquellos evocados lugares.
Serenadas las sangres, el futuro convida,
a naciones que laten preservando memorias,
y construyen mañanas que dilatan historias,
de los pueblos arcaicos que nos dieron su vida.
Hoy levanta sus voces el gran coro fraterno
de los hijos de aquellos que mostraron al mundo
la tenaz epopeya, que dio el fruto fecundo,
de la América Hispana que bendice al Eterno.