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Mis
dedos no llegan a rozar las teclas.
Mi cabeza no para de dar vueltas.
Me digo:
esto pasa
y cubro mis sentimientos
con cualquier cosa que se deslice por mi garganta.
Las palabras huyen de mí,
se esconden entre las plantas,
entre los almohadones y entre las pinturas
que cuelgan de las paredes de mi casa,
ellas, también están cansadas
de verme haciendo jerigonzas
para calmar esta ansiedad que me persigue y cansa.
Mi trabajo me llena de humedad
y recorre mis huesos sin pausa.
Parece que no hay salida de esta estampa.
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