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Ha sido necesario
esperar dieciocho días de agosto
para que en este decimonoveno
salga un sol insolente y amarillo
como el de los dibujos de los niños.
Lo cual da un razonable motivo de esperanza
para acechar detrás de nubarrones,
nieblas, celajes más o menos líricos
y todo ese uniforme enladrillado
que dificulta vida y trabalenguas,
el ansiado regreso de la facilidad
y la felicidad –su prima hermana-,
de la alegría de vivir, del gozo
de entregarse a la vida porque sí.
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