No estoy limpia. Vengo
de un cuento de hombres y mujeres tan verdad y mentira como
cualquiera. No hace falta contar lo que se ve en mis brazos,
lo amordazado de mis ingles. Tú sabes. Yo aprendo.
Esa es la parte buena del negocio. Que estoy dispuesta. Quería
decírtelo personalmente mientras te abro la boca para
que puedas devorarme. Me pongo así en tus manos y empieza
el juego. No estoy limpia. Atrás se quedan cosas que
me han dejado estrías en la tripa, rayas blancas, brillantes,
en las que puedes colocar tu lengua para que lama a trompicones
la inexperiencia que dan los años, las señales
que delatan mi edad de árbol.
Empezaré soplando el color de tu carne. La acercaré
a mis labios, me hundiré en el sabor de cada trago
como si fueras mi nutriente. Luego, cuando conozca tu grado
de acidez, llegaré a más. No habrá contemplaciones.
Seré una plaga de dedos que entren y salgan y arañen,
froten, lleven y traigan líquidos y olores. Seré
dientes que hagan crujir tus huesos y arrebaten las regiones
más blandas. Seré una pierna dúctil y
escurridiza anudada en tu origen. Me ensartaré en todos
tus extremos hasta verme inundada.
No estoy limpia. Ya lo ves. No es necesario que me tapes ahora.
No es necesario. No tengo nada que ocultar. Las manchas que
arrastramos son las que nos dan forma. Ahora quiero que te
quedes aquí, que me dejes hacer, que me dejes hacerme.
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