Amo
a la Madre Rusia
y odio a sus gerifaltes
con sus grandes terrores y miserias.
De mí se han dicho muchas cosas:
que soy un héroe, en Occidente,
y un traidor, en mi patria.
El inmenso gulag que es mi país
me asfixia y me atormenta,
no obstante, he decidido no viajar a Estocolmo,
pues temo no volver.
Sí, soy un escritor furtivo
que escribe en una lengua de demonios,
al que tan sólo leen en inglés
un centenar de críticos y periodistas.
Un disidente, un paria,
al que ocho años en el infierno helado
no hicieron acallar sus ansias
de decir la verdad.