A
Federico
Tierra mía, tierra, amada tierra
donde habitan soles apagados,
viles manos te envenenan
en arduo empeño voraz
de exterminar tu riqueza.
Tierra, tierra mía, amada tierra
Dios en mis dedos mutilados
de tanto palpar tu belleza
va buscando a nuestro hijo
y me consume la pena.
Tierra amada, tierra, tierra mía
¿será, acaso, que él florece
en ese manto de estrellas?
¿Será que nunca se ha ido
del corazón del poema?