No estoy aquí, mi cuerpo se ha rendido,
me subí en una nube pasajera,
iba hacia el sur, rozando la ladera
en que crecen los pinos y el olivo.
Llegué hasta el mar y lo encontré dormido,
lo arropé como a un niño que durmiera
y en un barco, sin nombre y sin bandera,
probé a escapar a lo desconocido.
Y quiso volar más mi pensamiento
vagando libre por la amanecida,
pero la nube que empujaba el viento
roló hacia el lugar de mi partida,
deslizándome en un viaje lento
hasta volver a la mujer vencida.