El sol rojo tiñó la madrugada
pintando el mar con el color del vino
y el pueblo se vistió de blanco lino
en rápida y precisa pincelada.
Por entre las rendijas, mi mirada
se enredó con los matojos del espino
y entre las piedras sueltas del camino
abandoné los miedos de la almohada.
Y el día comenzó con el sonido
del tintineo de una cucharilla
y de olores que habíamos perdido.
El patio se vistió de buganvilla
y del baúl donde guardé el olvido
desempolvé las fotos amarillas.