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Habíamos
ganado la batalla,
celebración y duelo, porque yo
el muy noble Kunami Naozane
perdiera al hijo único.
Me habían cercenado
ese brazo tendido hacia el futuro.
No cantaría más mi sangre en otra sangre,
ni en otro cuerpo ni en cuerpos sucesivos;
era sólo un arroyo desviado
hacia la arena estéril
de ningún tiempo.
¡Oh, su cabeza exangüe sobre mi pecho mientras
el pincel de la muerte dibujaba
en morado sus labios, y los labios
obscenos de la herida sobre tu tersa piel!
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