Hola
Alzheimer:
Quiero que sepas que he perdido la memoria
en un pozo hondo y oscuro.
Cuando tenga la piel plegada por el paso
de los años no podré contarles a mis nietos
lo que he vivido, simplemente, porque no podré recordarlo.
He ido al médico, aunque ya estoy
perdida en la ausencia mental. A veces la luz ilumina la mente
permitiéndome, fugazmente, comprender algo. Esa lucidez
se va consumiendo como la cera de una vela.
Me han realizado pruebas. Escucho decir al
médico: “Alzheimer”.
El doctor habla con mi familia que tampoco
reconozco. Todos muestran tristeza. Sólo soy una espectadora
de algo que es mío. Pero todos callan.
Al cuello me han colgado una medalla con mis datos por si
me extravió. Me asalta una pregunta interna: ¿Cómo
me voy a extraviar si estoy custodiada?
Un niño que viene conmigo se acerca.
¿Quién es? No lo sé. Me llama abuela.
Se sienta en una banqueta a contarme todo lo que realiza en
el colegio. Yo, absorta, le escucho. Me pregunto por qué
no puedo contarle un cuento. Pero nadie responde.
Estoy medicada, haciendo ejercicios para que este cerebro
recuerde algo.
El niño se tiene que ir. Antes, me dice al oído
una frase: “Abuela,
no te preocupes yo te quiero; aunque no me recuerdes, sé
que me escuchas”.
Una tenue lucidez dentro de mi silencio renace
unos segundos y le digo: “Aunque
no recuerdo quién eres, tu recuerdo es mi esperanza”.
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