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EL AURIGA

Un recién nacido llora entre pliegues de telas de colores, a bordo de una carreta tirada por cuatro caballos al galope. Lentamente crece y se pone de pies mientras intenta entender dónde está. Sujetarse le cuesta trabajo, pero unas voces paternales le guían diciéndole qué debe hacer; unas veces les hará caso, otras cometerá los fallos por sí mismo. Asoma la cabeza y observa hacia delante. Entonces, llorando, toma conciencia de algo que olvidará y volverá a recordar de forma intermitente: al final está el precipicio.
Ya con una férrea musculatura, domina el traqueteo y encuentra las riendas. Unas veces luchará por cambiar el rumbo de la carreta, tirando hasta que le sangren las manos, y otras le parecerá la dirección idónea, la que siempre ha seguido. Los caballos no atienden al so, únicamente galopan y galopan y sólo con la mayor insistencia torcerán levemente. Los cambios bruscos de dirección que a veces se apunta el auriga, los propician las piedras del terreno.
Al final, ya cansado, se sentará en la carreta, como viajaba los primeros días, a deleitarse con las huellas dejadas por las ruedas en el suelo arenoso y dirá: esta es mi vida, la del carro y los caballos que no elegí, de la que tomé conciencia a medio camino y que apenas tuve tiempo de desviar su rumbo; tan intrínsecamente mía que no depende de mí.

relatos escritos por Anónimo: Relato de amor a una madre



Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras