LOS
CABALLOS DE MATIAS
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A Matías le gustaban
los caballos. Desde chiquitito.
La primera vez que los vio fue a los tres años, sentadito
sobre los hombros de su abuelo, en un desfile patriótico.
Eran tan lindos, con esos ojos enormes, el pelo brillante,
la cola bien peinada, trotando cortito, en hilera, mientras
la gente agitaba banderitas a su paso.
Matías los miraba embobado.
A partir de ese día su sueño fue tener uno y
poder cabalgar, así, como hacen los Granaderos, siempre
elegantes, sin que se les mueva el gorro!
Al cumplir cinco años, Matías se dio cuenta
que iba ser muy difícil cumplirlo. |
Sus papás
tuvieron que mudarse, así es que dejaron su hermosa
casita con jardín y se fueron a vivir a un departamento
muy pequeño.
El abuelo sabía que él estaba triste. Cada vez
que lo iba a visitar, lo encontraba mirando a través
de las rejas de un diminuto balcón al que ni siquiera
le llegaba el sol.
- Qué pasa, Matías? – le preguntó
un día.
- Nunca voy a poder tener un caballo! – se lamentó
el niño - Los caballos necesitan un lugar donde correr
y además, no entran en ningún ascensor!
El abuelo le guiñó un ojo y se agachó
a su lado, hasta quedar a su altura.
- Vos podes tener un caballo, Matías! – apoyó
el dedo índice sobre la frente del nieto y le susurró
dulcemente al oído- Usá tu imaginación,
jugá con ella, dale, divertite!
De modo que su primer caballo fue la escoba de su mamá,
quien no era bruja pero sí muy limpita y lo dejaba
corretear por ahí… siempre y cuando no desordenara
la casa. |
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Y qué
feliz se sentía Matías montado en su corcel
de paja!
Ahora que tenía un caballo todas las historias eran
posibles…
Podía ser príncipe, vaquero, cacique, gaucho,
granadero y hasta cruzar los Andes junto a San Martín
porque con su imaginación todo lo lograba!
Poco tiempo después, el abuelo paseaba por la placita
de su barrio cuando escuchó… pim, pam, pum y
al darse vuelta vio a dos hombres que, con destornilladores
y martillos, desarmaban la calesita de Don José, quien
contemplaba la tarea con infinita tristeza.
- Qué está pasando, José? - preguntó
el abuelo- Y la calesita?
- A los chicos ya no les divierte mi calesita, prefieren otros
juegos. Ahora andan con maquinitas, computadoras, ya ni vienen
a la plaza! - le contestó José y suspiró
resignado – De algo tengo que vivir, pensé en
poner un puestito de panchos… |
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El abuelo, consternado,
sentía que la infancia se alejaba definitivamente de
su plaza.
Era tan linda esa calesita! Su música, el griterío
de los chicos, la sortija que se bamboleaba de mano en mano
y de pronto, su cara se iluminó, el corazón
le palpitaba con fuerza.
- Qué vas a hacer con todo esto? – quiso saber,
sin ocultar su ansiedad.
- Algunas cosas las vendí! El autito, la nave espacial…-
respondió Don José.
- Y el caballo? – interrumpió el abuelo, temblando
de emoción.
- El caballo… - dudó el calesitero - Debe andar
por ahí, entre los hierros. Es que está muy
gastado.
El abuelo no podía disimular su alegría.
- Te lo compro! – le dijo a José, muy decidido.
- Estás loco? – se sorprendió el hombre
- Sabes los años que tiene?
- Tantos como nosotros y no por eso nos tiran!- contestó
muy seguro el abuelo - Yo lo arreglo!
Cuando Matías cumplió seis,
la escoba tuvo descanso.
Su abuelo le había regalado el más bello de
todos los caballos!
La madera parecía latir con sus caricias, toda pintada
con hermosos colores y, si uno apoyaba la oreja en su lomo,
se podía escuchar el eco de las risas de los tantos
niños que lo habían disfrutado.
Eso sí, por consejo de su abuelo, lo llamó José.
Y a pesar del paso de los años, mientras Matías
crecía y crecía… jamás se separó
de su caballo.
Ahora ocupa el mejor rincón del living de su casa y
lo cabalgan sus hijos mientras él les cuenta las historias
de su abuelo.
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Relatos
de © Patricia Estela Aurelio,para la revista mis Repoelas:
Insomnio ~ : ~ Los
caballos de Matias
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