En la penumbra,
silente contonea su figura
decidida a cautivar en una esquina
a quien busque en la noche
adormecer con sexo la locura. Un taconeo rítmico
acompasa
el mágico vaivén de sus caderas
que aun conservan la gracia que enamora.
Por calles mil veces recorridas,
busca en vano quien compre su dulzura.
Pero insiste en no darse por vencida
aunque el intento remueva su amargura.
Por fin: alguien se acerca.
Ve su intención…
Seduce.
Acecha.
Bajo el sutil coqueteo de la luna,
le hace sentirse el dueño de su senda;
y aunque la paga es mísera y mezquina,
poco importa:
es el precio de su afrenta. |