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I
Y todos hablaban del coronavirus,
la gente no hablaba de otra cosa
del cierre de colegios e institutos,
de hospitales colapsados,
de miles y miles de personas enclaustradas
en sus casas,
de gente por las calles con mascarillas
para evitar un posible contagio
de un virus que, en cualquier momento,
por las vías respiratorias penetrara.
Y todos hablaban del coronavirus,
la gente estaba muy alarmada,
las bolsas de todo el mundo
bajaban como un rayo
en tormenta cerrada,
los niños sin colegio
con sus abuelos por los parques paseaban,
las ratas salían de sus guaridas
para comer restos de comida
tirada en oscuros callejones
entre gatos negros y pardos,
las personas hacían cola
en los supermercados
hasta agotar productos y viandas.
II
EN CUARENTENA
Seguimos encerrados a cal y canto
en nuestros pisos y casas,
la guerra contra el virus continúa,
todo se ha alterado en nuestras vidas,
todo para, todo se cierra.
Policías, guardias y militares
patrullan plazas y calles,
atienden a las personas
y desinfectan residencias, hospitales,
aeropuertos, estaciones, parques…
Al atardecer los balcones
se nutren de personas
que cantan y entonan canciones
para animar a los sanitarios,
vuelan miles de palomas.
El coronavirus sigue segando
a miles de personas a diario,
las personas seguimos enclaustradas
y en cuartos seguimos esperando
que el microbio acabe aplastado.
Mientras las calles siguen vacías,
nuestros héroes siguen luchando
sin nada que ponerse en sus rostros
sin nada que ponerse en sus manos,
la vida no vale un centavo.
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