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Se acerca el día de Gracias.
Recuerdo a los padres de mi patria,
haber luchado para que hubiese
paz.
Al caer la tarde
¡reaccioné !
al ver sobre el altar el libro de la
vida.
Pero....
¿Acaso mi Padre tiene un sólo
día de Gracia para nosotros?
¡Medité!
vi la sonrisa
de aquel niño inocente,
que se encontraba arrodillado
frente al altar.
Con su tierna voz
hacía oraciones
por sus seres queridos,
clamaba por otros niños
víctimas de la guerras,
víctimas de la humanidad;
de los abusos
de quienes se dicen
representantes de Dios.
Avergonzada,
me senté en la banca inerte
para examinar mi conciencia.
Padre... Perdóname por no
agradecerte un solo día,
cuando sé
que diario estás conmigo.
¡ Perdóname !
por quejarme de todo,
cuando debo agradecer las malas experiencias,
esas que me
fortalecen.
¡Perdóname!
Por no honrar las entrañas
que me dieron la vida,
¡ por maldecir la sangre
de mi descendencia !
¡Perdóname!
Por no agradecerte
a cada mañana
un nuevo despertar.
Por acudir al templo
procurando cada día,
encubrir mis faltas,
mis apariencias,
pensando que el diezmo
redimirá mis pecados.
Pero sobre todo...
¡ Perdóname !
Por haber creído que sólo
existía éste día de Gracia,
para agradecer todas las
bendiciones recibidas.
Hágase tu voluntad,
y no la mía.
Amén.
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