
A BLANCANIEVES LE FALTA UN ENANO
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Blancanieves le falta un enano. Se le ha escapado, quizá
escurrido por una de las junturas de la puerta. Quizás
ahogado en la taza del wáter.
A lo mejor, incinerado por los rayos de sol mañaneros.
No importa. El caso es que ahora sólo le quedan seis,
y ninguno le resulta tan valioso como éste.
Con los años, ha olvidado su propio nombre. Ahora
peina canas y arrugas, y hace mucho que no es la más
bella del Reino. Ya no tiene espejos en casa. Los ha roto
todos, para fabricar prismas giratorios que cuelga en la
sala de estar...así, al amanecer, los rayos de solo
dibujan un hermoso Arco Iris en el suelo.
Justo le está faltando el mejor de los siete. El
que le daba masaje en los pies por las noches, cuando sus
talones encallecidos no podían soportar el peso de
su figura ya maciza, ya semejante a la manzana que mordiera
antaño.
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El que veía con ella culebrones lacrimógenos,
mientras juntos gastaban pañuelos de celulosa
y lamentaban cómo era posible que Marianita
se equivocase tanto de vocación, de hombre
y de vestido.
Añora su risa clueca y graciosa, de gallina
con un embudo en la cabeza.
El espacio entre sus incisivos cuando le dirigía
una mueca dulzona, como algo semejante a una sonrisa.
A Blancanieves le falta la vida. Los seis enanos que
restan la acucian, la presionan y la invaden...sus
caras parecen caricaturas...sus berridos se hacen
exigentes, como los de seis bebés Gremlin.
Ávidos, destructores, egoístas.
Ya no quiere hacerles las camas, ni pueden sus huesos
doblarse tanto como para limpiar el polvo detrás
de las esquinas invisibles al ojo humano.
De comer, sólo hace sopa y espinacas. Cuando
ellos vuelven, suelen estar frías.
Pero ella hace oídos sordos a sus protestas,
y se encierra en el baño a hacer calceta.
Cuando decidió no irse con el Príncipe
porque quiso renegar de la esclavitud de la monarquía,
no se dio cuenta de que todas las cárceles
son parecidas cuando optas por convertirte en sierva.
Cuando cedes tu espacio y no reclamas aquello a lo
que tienes derecho: tu parcela, tus creencias, tu
vida.
A Blancanieves le falta el silencio. Ese silencio
blando y cómodo que Mudito (por fin lo ha recordado)
le proporcionaba. Sentado a su lado sin crítica.
Sin voz de mando. Tan sólo como una callada
y fiel compañía.
Pasando por alto sus arrugas, sus achaques o sus errores.
Su acento pueblerino y cascado. Su tosca manera de
amasar el pan.
Este enano nunca quiso juzgarla…y conociendo
el dolor del rechazo, la acompañó en
cada una de sus travesías…cuando se le
empezó a extinguir la belleza y la voz se le
puso ronca de tanto cantar con los pájaros,
para fingir una alegría de humo y papel.
A Blancanieves le falta un enano. Y sabe, casi con
certeza, que nunca volverá a encontrarle…pues
Mudito se hartó de sus quejas inútiles,
de su autocompasión hueca y baldía.
De la impotencia de no poder rescatar a su musa de
las garras de su propia tristeza.
Así, Blancanieves decide, una mañana,
hacer un hatillo con cuatro trapos y huir al bosque,
para encontrar al enano perdido.
Sigue un camino desbrozado de malezas…da tres
pasos, y se asoma a una charca.
El oscuro reflejo, entre nenúfares, le devuelve
la imagen de Mudito...casi exactamente igual a la
suya.
No era a él a quien había perdido.
Era a ella misma, a su propio reflejo, extraviado
años ha porque quiso negarse a sí misma
y ser un cuento eterno...
Se sienta en un árbol y llora. Luego ríe.
Por fin, calla.
Es el momento de decidir que, cuando vuelva a la cabaña,
su realidad será muy diferente.
Y nunca más le faltará un enano.
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