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relato de Marisa Lozano Fuego
A BLANCANIEVES LE FALTA UN ENANO

A Blancanieves le falta un enano. Se le ha escapado, quizá escurrido por una de las junturas de la puerta. Quizás ahogado en la taza del wáter.
A lo mejor, incinerado por los rayos de sol mañaneros.
No importa. El caso es que ahora sólo le quedan seis, y ninguno le resulta tan valioso como éste.
Con los años, ha olvidado su propio nombre. Ahora peina canas y arrugas, y hace mucho que no es la más bella del Reino. Ya no tiene espejos en casa. Los ha roto todos, para fabricar prismas giratorios que cuelga en la sala de estar...así, al amanecer, los rayos de solo dibujan un hermoso Arco Iris en el suelo.
Justo le está faltando el mejor de los siete. El que le daba masaje en los pies por las noches, cuando sus talones encallecidos no podían soportar el peso de su figura ya maciza, ya semejante a la manzana que mordiera antaño.

    El que veía con ella culebrones lacrimógenos, mientras juntos gastaban pañuelos de celulosa y lamentaban cómo era posible que Marianita se equivocase tanto de vocación, de hombre y de vestido.
    Añora su risa clueca y graciosa, de gallina con un embudo en la cabeza.
    El espacio entre sus incisivos cuando le dirigía una mueca dulzona, como algo semejante a una sonrisa.
    A Blancanieves le falta la vida. Los seis enanos que restan la acucian, la presionan y la invaden...sus caras parecen caricaturas...sus berridos se hacen exigentes, como los de seis bebés Gremlin.
    Ávidos, destructores, egoístas.
    Ya no quiere hacerles las camas, ni pueden sus huesos doblarse tanto como para limpiar el polvo detrás de las esquinas invisibles al ojo humano.
    De comer, sólo hace sopa y espinacas. Cuando ellos vuelven, suelen estar frías.
    Pero ella hace oídos sordos a sus protestas, y se encierra en el baño a hacer calceta.
    Cuando decidió no irse con el Príncipe porque quiso renegar de la esclavitud de la monarquía, no se dio cuenta de que todas las cárceles son parecidas cuando optas por convertirte en sierva.
    Cuando cedes tu espacio y no reclamas aquello a lo que tienes derecho: tu parcela, tus creencias, tu vida.
    A Blancanieves le falta el silencio. Ese silencio blando y cómodo que Mudito (por fin lo ha recordado) le proporcionaba. Sentado a su lado sin crítica. Sin voz de mando. Tan sólo como una callada y fiel compañía.
    Pasando por alto sus arrugas, sus achaques o sus errores. Su acento pueblerino y cascado. Su tosca manera de amasar el pan.
    Este enano nunca quiso juzgarla…y conociendo el dolor del rechazo, la acompañó en cada una de sus travesías…cuando se le empezó a extinguir la belleza y la voz se le puso ronca de tanto cantar con los pájaros, para fingir una alegría de humo y papel.
    A Blancanieves le falta un enano. Y sabe, casi con certeza, que nunca volverá a encontrarle…pues Mudito se hartó de sus quejas inútiles, de su autocompasión hueca y baldía.
    De la impotencia de no poder rescatar a su musa de las garras de su propia tristeza.
    Así, Blancanieves decide, una mañana, hacer un hatillo con cuatro trapos y huir al bosque, para encontrar al enano perdido.
    Sigue un camino desbrozado de malezas…da tres pasos, y se asoma a una charca.
    El oscuro reflejo, entre nenúfares, le devuelve la imagen de Mudito...casi exactamente igual a la suya.
    No era a él a quien había perdido.
    Era a ella misma, a su propio reflejo, extraviado años ha porque quiso negarse a sí misma y ser un cuento eterno...
    Se sienta en un árbol y llora. Luego ríe. Por fin, calla.
    Es el momento de decidir que, cuando vuelva a la cabaña, su realidad será muy diferente.
    Y nunca más le faltará un enano.

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Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras