
LOS POETAS COMEMOS
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Hola,
mi gente.
Me gustaría reflexionar sobre un tema que creo que
todos tenemos presente, pero a algunos se les olvida...
Los poetas comemos.
No subsistimos a base de aire, de moléculas transparentes,
de melancolía.
La poesía no paga facturas, no te compra víveres,
ropa, no te acuna por las noches si hay frío.
Es romántico pensar que los poetas
(permitidme la licencia, una persona que se dedica a la
fontanería se llama fontanero, uno que opera cuerpos
se denomina cirujano, y los que escribimos poesía,
mejor o peor, nos llamamos poetas, válgame la inmodestia,
porque a algunos les parece un término presuntuoso,
pero es mera denotación) somos unos seres etéreos,
una especie de bohemios flower-power
que vivimos de aire y versos, que regalamos fantasía
y que los euros nos nacen en el escote o en los pabellones
auditivos.
Pero no es cierto.
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¡Cuán materialista! Diréis, esta chica
que parece tan libre, que escribe sobre humanidad y solidaridad,
qué malqueda, qué vendida...lo siento.
Me curro mis poemas con sangre y lágrimas, escribo
desde pequeñita y me comía todos los libros
de mi abuelo, pasaba horas enterrada en los clásicos,
leía revistas, leía cuentos, leía
en el baño, en la cama, en el parque, leía
lo que caía en mis manos y me dejaba la vista y
el alma.
Me enseñaron a querer los libros más que
la ropa, más que a las personas, porque las personas
se van y los libros quedan, allí tiernos, en los
estantes, siempre fieles y esperando a que vuelvas la
página.
A los tres años tenía un saco lleno de pedazos
de cuentos, mis padres sacaban una oreja del Lobo y yo
recitaba de memoria Caperucita. Cuando se cansaron de
leerme por las noches, un cassette
de Fisher Price y una colección regalo de mi abuelo
custodiaron mi sueño.
Mi abuelo era humilde, en tiempos de guerra cambiaba trozos
de pan por libros, paseaba a sus compañeros en
barca y se pagó la carrera a base de clases particulares
y becas. Llegó a ser inspector de enseñanza
media, publicaba libros de texto y era digno, una persona
estupenda que ayudaba a todo el que tenía necesidad
de saber. Su biblioteca era su riqueza y ni siquiera le
importaban los trajes caros, los coches o ningún
otro lujo.
Mi abuela estudió la carrera, clásicas,
conducida por él, ambos dieron clase a alumnos
que después les escribían largas cartas.Un
alumno de mi abuela se hizo Poeta, y le dedicaba sus libros.
Mi madre hizo Filosofía y letras y luego se pasó
años rompiéndose los cuernos en un instituto
donde enseñaba inglés a rapaces que tiraban
botas en clase y no conocían la diferencia entre
"whore"
y "hole",
ni entre "carrot"
y "parrot".
Ella disfrutó como una enana porque amaba la enseñanza,
al igual que sus padres, y porque si un alumno que suspendía
todo lo demás sacaba con ella sobresaliente y aprendía
a amar el inglés, se sentía reconfortada.
Mi abuelo murió cuando tenía yo ocho años.
Jugábamos partidas de Trivial
Pursuit, intentaba enseñarme fracciones
y raíces, estimulaba mi imaginación pequeña
y me desmontaba los mitos con explicaciones amables, científicas,
doctas. Una vez me escondí bajo la cama porque
me rompió el mito de las sirenas y me enfadé.
Se sentó sobre el edredón y me dijo que
todas las cosas tenían una explicación,
y no por ello eran menos interesantes y hermosas.
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