Un cuerpo muerto es una flor sin vida.
Mi madre siempre sabía de esas cosas,
del paso de lo sólido a la esencia.
La muerte es abonar tierra marchita.
Mi padre escondía los ojos
por no mostrar la pena, la impotencia,
la desesperación.
El latigazo de la lástima.
Mi madre sabía de muertos
y de muerte.
Y cantaba ante la tumba de la abuela,
esparciendo las flores del Amor y apartando
la nieve con sus manos.
Y de pronto sonreía y hasta olía a jazmín,
a frutos de verano,
o así lo imaginaba.
Y me echaba en la tumba,
midiéndome por ver cuánto había de
crecer
para estar a la altura de la muerte.