Se desploma la noche, cuando el viento ulula
entre hoces invisibles y un vértigo antiguo crece
al ritmo del tiempo,
escalando el muro de los equinoccios,
hasta desplomarse en el índice extremo que abre la
llaga.
En lejanía oscilan péndulos, amortiguando
el intenso pulso de los sentidos
hasta depositar su rastro de umbelas en el origen del agua.
La grama duerme su estertor en la periferia del barro,
inoculando el arbitrario rumbo de sextantes.
Desasistidas las palabras han incubado
el ardor extremo de su herencia
en los leños que se consumen…