Oigo
abrirse la puerta que me separa del pasillo y siento el repiqueteo
de los inconfundibles tacones de mi doctora contra el suelo
taladrándome el cerebro. Es una mujer hermosa, cálida
y dulce. Me giro en el lecho sobre mí cuerpo y ella
me coge la mano derecha:
-Isis -me dice con su suave voz- tienes que ponerte bien.
Quiero que puedas levantarte de la cama y que mejores. Voy
a ajustarte el tratamiento para que pronto te repongas, ¿de
acuerdo?
-Ja,ja,ja, ¿reponerme de qué? si yo me encuentro
perfectamente, le respondo rápidamente
-Veo que las pastillas que te he recetado no te levantan de
la cama en la que permaneces todo el día. Yo sé
que estás bien, pero quiero que estés mejor
Me erguí de la cama, haciendo retroceder rauda a mi
galena y le espeté duramente en la cara:
-No sé qué manía tiene con que no me
encuentro bien. Estoy perfectamente. Lo único que me
ocurre es que en ocasiones veo muertos y hablo con ellos porque
me entienden perfectamente.
Entraron los enfermeros y, a pesar de mi resistencia, me pusieron
una inyección a la vena tras la que me quedé
profundamente dormida.
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