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                 Siempre 
                    he detestado los poemas que hablaban de París y Roma 
                    y de toda esa belleza acomodada tras la vitrina de un Museo 
                    y 
                    en general los poemas donde el poeta habla del viaje 
                    No soporto que me hablen de los viajes 
                    el viaje es la épica y para eso están Homero 
                    y Cervantes 
                    Por eso pido disculpas, porque ahora estoy en Cerdeña 
                    en la Costa Esmeralda, en un promontorio 
                    de Porto Petrosu, en la terraza de un aparthotel 
                    y la vista es realmente hermosa y dan unas ganas tremendas 
                    de  
                    explayarse sobre las glicinas y el pequeño alcornoque 
                    y nuestra salamanquesa agazapada en la esquina del techo 
                    y el sonido de la ducha, del agua rompiendo contra tu cuerpo 
                    dócil como la arena 
                    hasta que se escucha ese ruido, primero débil, cada 
                    vez 
                    más fuerte, el estridular de ese grillo, un sonido 
                    tan frágil 
                    y sin embargo capaz de demoler 
                    todo este silencio 
                    y en la enorme responsabilidad de adelantarse al resto 
                    quizás todavía adormecidos por el calor o embriagados 
                    por la quietud de la tarde, de saberse el primero 
                    en romper esta apariencia de equilibrio, este espejismo 
                    que algunos confunden con la belleza 
                    -atisbo al otro lado del cristal tu cuerpo cubierto tan solo 
                    con la toalla del hotel, listo para la crema hidratante-  
                    El deseo, una vez más, 
                    deshaciendo el poema 
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