Estás en > Mis repoelas > Colaboraciones

 

"Un hombre llamado Fandiño"

Acababa de llegar a su camarote después de haber entregado en la oficina de pasaportes del trasatlántico su documentación personal. Fandiño, que así se llamaba este pobre gilipollas, se echó sobre la cama y suspiró tranquilamente.
No le dio tiempo ni a echar una ojeada a su departamento ni a colocar su ropa en el pequeño armarito cuando alguien llamó bruscamente a la puerta con los nudillos. La abrió y un hombre con un arma le conminó a que le siguiese: «¡¡¡Oiga!!!, ¡¡¡que son galego!!!», contestó (obviamente era un gilipollas porque a nadie que le ponen un revólver en la nuca se le ocurriría decir si es o no gallego, vasco o catalán, pero Fandiño era así; así de gilipollas).
El hombre lo miró extrañado por la reacción, y sin decir palabra lo condujo a empujones hasta el salón principal del crucero. Allí estaban otros dos mil pasajeros que como él habían decidido hacer un viaje de placer por las islas de El Caribe

Doce hombres, armados con metralletas, tapados los rostros con pañuelos y turbantes en la cabeza entregaron a cada uno de ellos un escrito en inglés, francés, alemán y árabe, en el que se decía que pertenecían a una organización musulmana de liberación y que las autoridades de Argelia dejaban en libertad a siete guerrilleros fundamentalistas que estaban encarcelados o hacían volar el trasatlántico.

El cabecilla

El cabecilla movió los brazos intentando saber si los turistas habían entendido el mensaje. Todos callaron y asintieron con la cabeza. Todos excepto Fandiño, quien alegó que no lo comprendía, que él era gallego y que no entendía el inglés, ni el alemán, ni el francés, ni el árabe, y que solamente sabía, pero poco, el portugués.
La reacción de Fandiño fue interpretada por el resto del pasaje como de «un hombre con aplomo», pero el cabecilla del grupo terrorista pronto se dio cuenta que aquél individuo, más bien bajo, calvo, con coloretes y regordete era un imbécil (qué visión tienen los árabes).
Tres miembros de la banda armada salieron del salón y al poco rato regresaron. Miraron uno a uno a los pasajeros en una especie de guerra de nervios y, finalmente, señalaron a Fandiño, al que hicieron entender, pero ahora con un par de bofetadas de por medio, que iba a ser el interlocutor válido ante las autoridades argelinas.
«Interlocutor válido», se dijo Fandiño extrañado sin comprender muy bien cuál era la misión que tenía que cumplir, a la vez que se preguntaba dónde cojones estaba Argelia y qué era lo que tendría que hacer.
Pronto la noticia del secuestro del trasatlántico Brisin Ocean en aguas del Mediterráneo corrió por todas las redacciones del mundo, al igual que el nombre de Fandiño, considerado como el hombre válido para negociar entre los terroristas y el gobierno argelino.

¿Quién era Fandiño?

Periodistas de los más importantes medios se dirijieron hacia el lugar donde estaba el barco y, tanto por aire en helicópteros y frágiles avionetas, como por mar en todo tipo de embarcaciones, el Brisin Ocean era fotografiado y cada reportero contaba lo que sus prismáticos le dejaban ver, pero… y esta era la pregunta que se hacían en todos los editoriales de los rotativos: ¿Quién era Fandiño?, ¿se llamaba realmente Fandiño?, ¿por qué lo habían elegido como interlocutor?, ¿tenía alguna relación con los argelinos?, ¿era realmente un pasajero del Brisin Ocean o acaso era un infiltrado de la organización terrorista?
Los corresponsales de los principales periódicos daban cada uno su exclusiva sobre la vida de ese hombre que no paraba de salir en todos los medios de comunicación. Fandiño era en verdad Aureliano Ferreira Fandiño, de 50 años, natural de la localidad gallega de Tiobre. Sus padres, al igual que él, eran percebeiros y poseía una pequeña barca de madera.
Las entrevistas con los padres de Fandiño y un hermano que trabajaba como tornero fresador en Renault, así como una antigua novia, de nombre Elisiña, aclararon otros aspectos de la personalidad de quien estaba en el punto de mira de todas las informaciones.

De esta forma, los lectores pudieron saber que Fandiño nunca había viajado y que había decidido hacer un crucero después de que durante meses se parara a diario ante el escaparate de una agencia, cuyos responsables a punto estuvieron de llamar a la policía sospechando que sus intenciones eran otras distintas que ver los precios y las fotografías de los distintos trasatlánticos y camarotes. También otros aspectos, muchos sin interés alguno, como que había jugado en un equipo de tercera regional y que fue un gran extremo izquierdo, o que sus aficiones eran todas menos la lectura, aparecían publicados.

Un amor renovado

Una cosa era cierta, Elisiña, a la que había dejado plantada en una romería celebrada en una aldea de la zona de Arcade, reavivaba su amor por Fandiño y pedía a los secuestradores que «no le hagan mucho casiño y no le peguen, que es un poco tozudiño».

En tanto los periódicos publicaban la vida de Fandiño, en el barco los terroristas preparaban un helicóptero para que pudiera desplazarse a la sede de la ONU e iniciar las primeras gestiones ante de viajar a Argelia.

Una noche, Fandiño fue llevado junto con otro pasajero a la aeronave y a punto estuvo de perder la vida cuando ya estaba todo dispuesto para hacer el largo viaje. El imprevisible Fandiño dijo a sus captores (que para entonces ya empezaban a conocerle) que tenía miedo a las alturas, que él ya en Orense se había negado a subir a un ascensor que llegaba a lo alto de un rascacielos y que incluso cuando por la televisión mostraban una vista panorámica de cualquier paisaje sufría vértigo y tenía que agarrarse a la butaca en la que estaba sentado para no marearse. Incluso añadió que cuando bajaba por las escaleras solía sentir un cierto escalofrío al ver al fondo el último peldaño.

Unas bofetadas bastaron para que se instalara en el helicóptero e hiciera el viaje, pero menudo viaje… hasta llegar a Nueva York, Fandiño, que para entonces ya chapurreaba el inglés de tanto oír al pasaje, les recordó treinta o cuarenta de los cincuenta años que tenía: les contó cómo remataba de cabeza en el equipo de su pueblo, el día en que fue a sacarse el pasaporte, lo ricos que eran los camarones, cómo se araba la tierra, la diferencia entre los grelos y la coliflor, la… en varias ocasiones los secuestradores le mandaron callar y le repitieron que su vida corría peligro si no conseguía negociar la liberación de los argelinos.

Fandiño, cuando le explicaban lo que tenía que decir y hacer se quedaba un poco sorprendido, y aunque con la cabeza afirmaba entenderlo todo al poco rato volvía a la carga explicando a sus raptores que si la gastronomía gallega, que si una vez una vaca dio a luz dos terneras, que si a las gallinas les dices «pita, pita… », que el pulpo para que esté bien…

Al llegar al aeropuerto neoyorquino, los tres encapuchados que le acompañaban se miraron unos a otros. Sin decir ni una palabra abrieron la portezuela y de un golpe lo echaron sobre la pista mientras explicaban al otro rehén que llevaban consigo, un turco que durante el viaje también hubiera dado lo que fuera (sobre todo un tiro) para que se callara Fandiño, que desde ese momento habían decidido cambiar de interlocutor.

¿Liberado?

Fandiño, ya en libertad, fue entrevistado por cientos de periodistas que tuvieron que buscar intérpretes en Galicia porque no comprendían bien el idioma en el que hablaba porque se negaba a decir cualquier palabra en cualquier otro idioma.

Una semana después, Fandiño había pasado al anonimato y se hallaba en su pueblo natal, Tiobre. Allí, en el bar, entre carajillo y carajillo y ante la mirada de Elisiña, comentaba los momentos más dramáticos que había vivido en el crucero:cómo eran los terroristas, cómo iban vestidos, las armas que llevaban, lo bien que lo trataron y cómo en un momento dado hasta creyó que habían congeniado.

Durante semanas, Fandiño acudía al bar y daba toda clase de explicaciones a quien le preguntaba. Al cabo de cinco meses, en soliloquios que duraban tres y cuatro horas, solamente Elisiña seguía interesada en oír a Fandiño, que contaba siempre la misma historia, y con los ojos abiertos y con la mente puesta en él pensaba: «Non me extraña que o colleran como interlocutor válido, que be fala». Sin duda, Fandiño, de alguna forma, se había vuelto un poco fundamentalista en su conversación, y Elisiña, pese a que una vez había sido despechada, seguía enamorada.
En la sección de poesía y emoción del sitio Matemáticas y Poesía puedes leer más poemas y relatos

Otro relato de Manuel Guisande: El musicólogo



Página publicada por: José Antonio Hervás