|
Salió
de su casa sin mucho apuro.
-Tengo todo el tiempo del mundo-se dijo. |
Dio una media
vuelta por la plaza Dos de Mayo, y continuó por la
avenida La Colmena. El maletín casi nuevo, la camisa
bien planchada, la corbata de colores diversos, el saco y
el pantalón a medio camino entre el uso exagerado y
el descuido. Venía como pensándose. La noche
entraba en él. Recién ayer se enteró
de su despido. Para aparentar una realidad que ya no le corresponde,
decidió entrar y salir de su casa como lo hacía
antes, para que ningún vecino se diera por advertido,
siente una comprensible vergüenza. Si bien es cierto
queda como un desempleado más en la larga lista de
una estadística confiable, eso no le quita el sueño
ni lo posterga, tarde o temprano tendrá que pagar los
recibos por gastos domésticos, y eso es de carácter
inevitable. A no ser que por injustificada necesidad se ponga
como asaltante, dato de registro criminalístico que
no debe estar en el perfil de su honrado curriculum vitae.
Teo caminaba como si estuvieran empujándolo, con una
parsimonia que en verdad aburre, a tres cuadras de la plaza
San Martín ve una muchedumbre gritando todos desaforadamente,
¡mátenlo! ¡mátenlo! ¡mátenlo!,
vio que la muchedumbre entró impasible por el jirón
de la Unión, lo seguían acusando, los policías
no podían hacer nada ante esta masa de gente incontenible,
en ese instante hubo un ligero temblor de tierra pero ellos
siguieron avanzando, mentándole la madre, el padre
y hasta los hijos, con improperios irreproducibles, escupitajos,
pedradas, lanzadas de huevos, bofetadas. |
Teo,
haciendo un esfuerzo, se acercó lo más que pudo,
vio como el condenado por todos, era arrastrado, pero lo que
más le llamó la atención fue ver que,
de esta masa de gente incontenible, se fueron poco a poco
cansando y empezaron a dispersarse, algunos por la avenida
de la Emancipación, otros por el jirón Huancavelica,
unos entraban eufóricos a una discoteca, saltando,
riendo, aquellos los más gritones entraron a los restaurantes
de comida rápida, a esos fast-food de moda, y muchos
se metieron a la cantina para saciar su ebriedad como vulgares
animales deshidratados.
Un día antes, después del almuerzo, su jefe
le dejó en su escritorio la notificación arbitraria
de despido laboral.
|
|
-Es para que
tengas una mejor digestión-le puso como sarcástica
posdata-.
-18 años en esta empresa, para que me traten de esta
manera, ¡desgraciados!-pensó.
Agarró sus cosas, sus objetos personales los puso en
una caja y salió. Al salir no miró a nadie,
para qué, se preguntó, es en vano.
-Ni siquiera di motivo.
Lo primero que hizo al llegar a su casa aparte de dejar la
caja sobre la mesa del comedor, fue desvestirse, entrar en
el baño y ducharse, ese acto más que higiénico,
saludablemente catártico. Salió del baño
sin ninguna prisa, puso un poco de música lo más
bajo de volumen, cerró las persianas de su dormitorio,
y se echó lentamente en la cama antigua, como dejando
que el cuerpo se vaya cayendo, hasta quedarse profundamente
dormido. Despertó como a la una de la madrugada. Se
incorporó lentamente, apagó el equipo de sonido,
fue directo al comedor donde una botella de vino al lado de
una copa lo esperaban, se sirvió una buena copa, le
dio la espalda al repostero, mientras pensaba y ahora que
hago con el resto de mi vida. Es invierno, y el insensato
frío desarma cualquier estado de ánimo.
|
|
Fueron llegando a la Plaza
de Armas, calcula él como unas noventa personas, a
riesgo de equivocarse, doblaron a la izquierda por el jirón
Callao, y dos cuadras más arriba alguien los esperaba
con el portón abierto, hasta que entraron todos menos
él.
El supuesto culpable no podía ni levantar la mirada,
ni tampoco se quejaba, entraron a un gran salón, cerraron
la puerta y las ventanas, la oscuridad era absoluta como si
fuera de noche. Todos lo acusaban, él no atinaba a
defenderse, se mantenía callado.
-Tú te robaste mis ovejas, a mí me lo han dicho,
te han seguido hasta esta ciudad.
Otro le dijo:
|
-Por tu culpa
mis padres nunca me quisieron…el día que nací
me tiraron a la basura.
-A mí me quitaste mi mujer, con el cuentazo de que
eres Todopoderoso, la vecina es chismosa pero no sabe mentir.
-¿Por qué mis hijos fueron asesinados si salían
tranquilamente de su colegio?, pensar que rezaba con total
devoción el Santo Rosario todos los días de
mi vida. El que vende periódicos, te vio deambulando
por allí.
-Sabes, perdí mucho dinero a causa de ser creyente
del dinero bien ganado, con el sudor de mi frente, ¿y
qué gane? ¡nada!, los ladrones se llevaron aparte
de artefactos usados, mi colección de lápices,
y hasta los zapatos viejos de mi madre.
Y así sucesivamente todos le echaron la culpa, de sus
propias desgracias personales. Él no dijo absolutamente
nada. Continuaron golpeándolo duro, sin piedad. Su
rostro bañado en sangre y lágrimas, a ellos
no le producía ninguna conmiseración. La ciega
ira marcada en sus rostros imponiendo su irracional justicia
con sus propias manos. Él cayó al piso por enésima
vez, ya debilitado, por toda la sangre perdida.
El que tenía la voz más baja le dijo:
-Ahora queremos saber tu nombre, ¿entiendes? ¡queremos
saber tu verdadero nombre!, porque en todos los lugares por
donde vas te dejas llamar de distintas maneras, así
que vas a morir diciendo tu verdad, mira que privilegio te
vamos a dar- rieron todos menos yo.
Se hizo un silencio mortal, irrespirable, apenas pudo balbucear,
dijo:
-Dios.
|
|
|
|
|