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Sala
amplia, muebles nuevos, artefactos pagándose al crédito,
Maffi lavándose la cara con un hilito de agua, los
hijos saltando y gritando, el esposo aerosolando toda la casa.
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Los motivos,
uno de ellos es: darle otro rostro a la casa. Estaba muy arrugada
y descontenta.
Amaru, el hijo de su primer compromiso ayudando, y hablándonos
mucho, es su costumbre. Los cuadros son un saludable recuerdo
de alguna compra fugaz en NY. Allá por 1999. Dentro
de la casa una fuerte corriente de aire generado por los que
la habitan. Nadie está sentado, todos tienen sus obligaciones,
y hasta la licuadora no cesa, el intenso calor cumple con
su actuación estacional, los jugos de fresa y chirimoya
son bebidos con suma delicia, hidratando y activando lo que
se viene en todo el día.
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Entrada
la noche, Amaru se despide y hasta mañana mami, beso
en la frente, hasta mañana Ernesto, él hace
un gesto que no alcanzo a ver. Se cierra la puerta, y todo
se hace oscuro hasta el día siguiente.
En ese lapso de tiempo nocturno, oigo ruidos de pasos, sombras
a mi alrededor, sillas que son puestas nuevamente en su sitio,
murmullos en aquella esquina donde una música extraña,
languidece. Allá arriba, los niños jugando al
play station, absorbidos y capturados por una siniestra disposición
de guerreros amenazados.
Abajo en la cocina, específicamente en el lavadero,
el hilito de agua sigue su curso vertical, inalterable. El
agua se sigue desperdiciando. |
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-Así
es en todos los rincones del planeta- me responde alguien
de la casa con marcada insolencia.
En esta casa Maffi hace y deshace, ni su esposo tiene voz
y permiso, por ahora, hasta que él lo decida.
Su autoridad colinda con las barreras de un pasado socavado,
sus padres la abandonaron, apenas nacida. Desde allí
poco a poco fue levantando una muralla infranqueable, a excepción
de Amaru su bebé de treinta años, quien a los
dieciocho decidió independizarse. Precisamente él
mismo le trajo la novedad de que…
Ernesto seguía golpeando con el martillo ante una mudez
obligada, la única cajita de clavos se iba vaciando,
y Maffi de un salto le quitó el martillo, y las voluntariosas
ganas de seguir haciéndolo. Él habló
con la mirada sin mirarla.
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-¿Hijito que novedad
me traes?-dijo mentalmente.
Amaru muy feliz enseñó los dientes postizos
de arriba.
-¿Hijito, qué caro te habrá salido esta
nueva sonrisa?
-No mucho mami, me lo pagó esa vieja millonaria que
andas detrás de mí como una vampiresa insaciable,
le gusta beber mi sangre de actor frustrado, sin muchas posibilidades
en Hollywood y en las Europas.
-¿Y de dónde la conoces…?
Refunfuñando Ernesto se dispuso a sentarse en aquella
silla, a unos metros del orden eclesiástico de la amplia
sala.
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-No te sientes
en esa silla-dijo Maffi, imperturbable, sin dejar de centrar
su atención en Amaru.
Por primera vez Ernesto la miró desafiante.
-Es mi silla favorita-le contestó con sorprendente
velocidad.
-Serás masoquista, cómo te vas a sentar en esa
silla toda tembleque, te me caes, y yo soy la tonta que voy
a oficiarte de enfermera, yo tengo que hacer otras cosas más
importantes, no me jodas.
-Entonces dame una explicación…
Ella hizo una pausa no acostumbrada, y le respondió
directamente, a unos centímetros del rostro agrietado
de Ernesto.
-Porque en esa silla se sentaron los últimos gobernantes
de este jodido país...
-¿Y cómo lo sabes?
-Cada vez que sacaba la silla para solearme un rato, y cuando
te mandaba a trabajar, te acuerdas, los niños me llamaban
por cualquier motivo, al regresar más de una vez vi
como la comitiva del presidente se detenía brevemente,
porque al presidente de turno le llamaba la atención
la mencionada silla de cinco patas y con un solo brazo, barnizada
con negro mate, y en el respaldar de madera la figura de un
león rugiendo, lo único que falta es que se
siente el bendito Papa.
Ernesto algo confundido se fue alejando, como si arrastrara
una larga cola de dudas y actos nimios.
Vinieron los niños corriendo a abrazarla, todo se hizo
más claro y notorio, a Maffi le cuesta mucho ser cariñosa.
Ellos sintieron que abrazaban a un árbol, y no a su
mamá. |
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