Y toda esta luz, júbilo
en vilo que despaciosamente tocan mis manos, como escuchándola
(música que miro, este paisaje); como dibujando, con
espigado trigo, el vuelo de los pájaros en la tersa
espalda del invierno, que está aquí, y se aleja
huyendo. Como abriendo, por primera vez en mucho tiempo, la
puerta que conduce al mediodía de las habitaciones
con sol de nuestra infancia, y nos mira hermosa la ternura
de una muchacha, que sonríe, y se acerca, y ya está
diciendo: ven, hijo mío. Y ya todo es luz,
y la nieve encinta / alza la vista, / la abraza el sol / y
se regala: / agua en mis ojos, / alma empapada. Y ya es río,
y yo con él por donde fluye; y ya es río, y
yo soy él por donde fluyo. Y descendemos, me dejo hacer,
y aunque el frío del viento primero de primavera no
se resista, toda esta luz, como este amor, como este cielo,
no se destruye. Y sin embargo, esto que mira y está
mirando, lo que ya soy y está al acecho, lo que fui
siempre y a lo que vine, se está llenando de amanecida.
Y es esta luz de siemprevida, que ya está aquí,
la veo venir, más y más vida, promesa última,
que de tan alta y sin vaivén, a vuelapluma se me encapricha.
Y la sigo, la estoy siguiendo, y mía es porque no es
mía: está en mí, como este cielo, como
este amor, inacabable. Y el ahí fuera sucede y me sucede
aquí dentro: para tus ojos, en mi mirada, está
siendo; por mis ojos, en tu mirada, la estoy viviendo. Toda
esta luz, mi prometida, de la que soy amo solícito
y alegre siervo. Y vine para vivir muriendo, y me ato a esta
dulce servidumbre que me desata para seguir viviendo, para
morir con vida. |