Juan Carlos Onetti, uno
de los grandes de la literatura uruguaya, era asiduo bebedor.
De costumbres nocturnas, frecuentaba las tertulias y los cabarets
del Río de la Plata. Este hombre, solitario, parco,
taciturno, fumador y escritor genial, conforme encaneció
se volvió más retraído. Eduardo Galeano
afirma que junto a su cama, Onetti había instalado
un sistema de tubos y serpentinas que le permitía,
sin ningún esfuerzo, beber vino, siempre tinto y casi
siempre ordinario.
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El apego a
la bebida de Juan Rulfo, autor de Pedro Páramo, le
hizo descender a un infierno dantesco. Más de una vez
fue encontrado en la calle, desnudo, sin percatarse de que
le habían robado hasta el calzoncillo.
En el Jardín del Edén, Ernest Hemingway –también
célebre beodo–, escribe tan apetitosamente sobre
la bebida que el lector siente la necesidad de llenar su vaso
cada tres o cuatro páginas.
¿Por qué los escritores se aficionan al trago?
¿Será porque el oficio es uno de los más
solitarios del mundo, y la soledad prolongada conduce a la
búsqueda de vicios ocultos? ¿O es tal vez por
inseguridad, por temor a la crítica despiadada, al
público, a desnudar ante el mundo su alma y sus pensamientos,
a exponer sus propios demonios o a que su mensaje sea malinterpretado?
Puede ser una parte o todo. El escritor es una persona igual
que nosotros y, tal vez, luego de haber sudado la gota gorda
para producir un libro, se quiera gratificar a sí mismo
con un buen vaso de vino, brandy o whisky.
Sea como fuere, creo que el vino tinto es una gran cosa para
la salud, pero tomado con mesura. Sin embargo, al ver las
estadísticas elevadas de escritores alcohólicos
me empecé a preocupar. ¿Es que a nosotros, escritores
en ciernes, nos espera un fin tan poco decoroso? ¿Y
cómo escapar al encanto de ese néctar y cambiar
nuestro destino? No quisiera despertar una madrugada en una
calle desconocida, con huecos en la memoria y con un tufo
maldito. He pensado que en vez de concentrar nuestros esfuerzos
intelectuales sólo en la lectura y en la escritura,
tal vez, deberíamos buscar otras fuentes creativas
de placer, como la pintura, la música, el canto, la
fotografía, el baile, las artes manuales, la carpintería,
la crianza de cocodrilos o el entrenamiento de pulgas. Cualquier
cosa que nos distraiga de las épocas de incertidumbre,
de vacío creativo o de bloqueo temporal y de la lúgubre
espera de la crítica agria, luego de la publicación
de nuestra novela . |