Adolfo Marchena: ¿Es
la literatura un camino sin retorno?
Ana Patricia Moya: En mi caso, siempre está
ahí, para acompañarme. No es lo más importante
de mi vida. No es mi forma de ganarme el pan. Nunca lo ha
sido. Leo y escribo cuando me apetece. Eso sí: si algo
bueno llega gracias a la literatura, bienvenido sea.
Hace tiempo, un poeta andaluz que falleció prematuramente
me confesó a través de un mensaje: “no
sólo es cuestión de esfuerzo, es también
suerte”. Efectivamente: si la suerte no
aparece en el momento idóneo da igual lo mucho que
te lo curres. Que no me vendan la milonga de que con tesón
y voluntad todo se consigue. Es como jugar a la lotería.
Y en literatura, el camino es escarpado si decides hacerlo
en solitario, confiando ciegamente en lo que haces y esperando
a la suerte en cada rincón. Muchos abandonan por la
falta de oportunidades, y es comprensible. Pero seguro que
su dignidad está intacta.
A.M.: ¿Qué
perspectivas tenías cuando te adentraste en el terreno
de las letras?
A.P.: De adolescente, tenía las típicas
ilusiones: publicar algún libro, conseguir algún
premio, etc. Han transcurrido los años y mi manera
de ver las cosas ha cambiado radicalmente. Admito que soy
afortunada: he conseguido algunos logros de los que me siento
muy orgullosa, pero no son suficientes, y tengo la sensación
de que merezco más. Es cierto que una gran parte de
los empleos que he conseguido tienen relación con los
libros: por eso, muy agradecida de estar en contacto con algo
que me apasiona desde pequeña y, encima, con nómina.
Actualmente, me presento a certámenes tan sólo
por los incentivos económicos: publicar está
sobrevalorado. Aparte, en ciertos premios, las batallas de
egos me espantan: la literatura es un pastel y sus trozos
ya están bien repartidos. Existe una competencia brutal,
especialmente, entre poetas muy jóvenes, que no tienen
pudor alguno en reproducir los mismos esquemas de poder que
los que controlan la jerarquía cultural, y más
si tienen cierta representación institucional o apoyo
mediático. ¿Qué expectativas puedes tener
en este estercolero? Es terrible el mal rollo que desprenden
algunas “élites”
o grupúsculos, sobre todo, en las redes sociales.
A.M.: ¿Cómo
definirías el oficio de escritor?
A.P.: Escribir es un oficio solitario y con futuro para unos
pocos privilegiados. Insisto: que he tenido la inmensa suerte
de trabajar en asuntos relacionados con el mundo de las letras,
no puedo quejarme, pero vivir de la literatura es imposible.
Rogar un salario por escritor de novelas, relatos o poemas
es absurdo, a no ser que estés en escalafones elevados
del sistema cultural y estés bien vinculado con ciertos
apellidos, que eso puede ser garantía de convertir
tu ambición desmedida en profesión a través
de premios, contratos con grandes medios, acuerdos con instituciones,
etc. Para el resto de los mortales, es una manera hermosa
y placentera de perder el tiempo. ¿Que consigo algo
de dinero con la escritura en momentos puntuales? Pues genial
para pagar el alquiler.
A.M.: Poco
antes de suicidarse Cesare Pavese escribía en su diario:
“Esto
da demasiado asco. Palabras no, un gesto. No escribiré
más”. ¿Demasiado
extremo?
A.P.: El acto del suicida es pura valentía: Pavese
quiso atajar de raíz tanto sufrimiento. Y le comprendo
perfectamente. Demasiada sensibilidad para este planeta tan
hipócrita. Y añado: si tuviera que utilizar
una palabra para definir lo que siento cuando pienso en lo
que rodea a la literatura es precisamente esa, asco. Mucho
asco.
¿Para qué escribir? Me lo pregunto muchas veces.
Puedo remitirme a una de las respuestas anteriores: la literatura
es una compañera a la que respeto, que va y viene,
no es una amante exigente, ni mi mejor amiga. Escribo porque
me gusta, sin presiones, cuando me nace: es el gesto lo que
me llena. No tengo nada que demostrar porque a nadie le importa.
Tiene que ser agotador escribir por escribir, para justificar
tu posición, para demostrar que eres más que
tal o cual: eso no tiene mérito.
A.M.: Fernando
Pessoa comienza el poema Autopsicografía diciendo que
“el poeta es un fingidor; ¿qué opinas?
A.P.: Hay poetas que escriben con el corazón
y otros con los genitales: los segundos son más farsantes
porque escriben lo que demanda el mercado. Y si los miles
de seguidores quieren textos facilones sobre sexo duro, amores
blandos, feminismo impostado y demás mierdas de supuesta
temática social, eso producirán; es el verbo
adecuado para definir su acto, esto es, que producen, no crean,
y muchas veces sin atisbo alguno de talento. Lo importante
es que se disparen las ventas con mensajes inadecuados (hasta
denunciables) que se hacen pasar por “poemas”.
Con respecto al primer tipo, no son muy visibles, no obtienen
el reconocimiento merecido o son demasiado tímidos.
Claro que, como bien dice Pessoa, pueden ser también
un poquito falsos: la diferencia es que sus farsas son más
auténticas. Y, naturalmente, más trabajadas.
A.M.: En
tu poema PEPITO GRILLO HA MUERTO Y NIETZSCHE SE REVUELVE EN
SU TUMBA, el primer verso dice: “Pinochos clónicos
con egos de saldo”. ¿Está enferma la poesía
o los poetas; tal vez ambos?
A.P.: El poema es una crítica mordaz hacia la cosificación
porque somos cosas, somos sustituibles. El ejemplo más
ilustrativo es una aplicación para ligar: todos los
perfiles son casi idénticos, y a través de una
pantalla, se abusa de la imagen con filtros, acompañadas
de frases descriptivas cortas y repletas de topicazos. Naturalmente,
te vas a encontrar a los mismos gilipollas y a las mismas
petardas en la calle, porque lo que te encuentras en el ámbito
digital es un reflejo de la realidad salvo con esa diferencia:
se esconden los defectos para aparentar unos estereotipos
socialmente aceptables y otras cositas menos agradables. En
resumen: para practicar la caza de cuerpos, para consumirlos
como si fueran filetes con patatas fritas, hay que distorsionar
la realidad, mentir sobre el aspecto y las intenciones. La
autenticidad no es necesaria, ¿para qué, si
puedo disimular lo que no soy para conseguir un polvo, un
poco de atención, lo que sea?
También se puede extrapolar esta circunstancia al panorama
poético actual en el caso de la vertiente comercial,
los textos son mediocres, repiten temas comprometidos pero
sin profundizar; buscan también el impacto de lo visual.
Para la rama más “oficial”,
en muchos casos las lecturas me dejan bastante fría.
Quizás será porque pertenezco a otra generación
y mis inquietudes son un poquito distintas: busco una identificación
con el poema, y si no encuentro algo que me emocione, por
mucho que se domine la técnica, yo me quedo con la
sensación amarga de haber leído esos textos
en anteriores autores.
Acudo siempre a los poetas de referencia, los que siempre
están en mi mesita de noche. A veces me recriminan
por no “valorar”
a los nuevos poetas. Y no me cansaré de decirlo: que
su escritura es excelente, pero en lo personal me transmiten
poco o nada, salvo muy honrosas excepciones. Que me crucifiquen
si quieren los modernitos: les recuerdo que yo también
soy joven, y más de una humillación llevo a
las espaldas por no ser lo suficientemente tal o cual, es
mucho hartazgo para mi salud mental. El relevo generacional
es natural e inevitable, pero creo que muchos autores de mi
quinta tenemos mucho que aportar todavía, para desgracia
de algunos que siguen empeñados en controlar el cotarro.
Cuando ya no haya nada más que contar, nos retiraremos,
y se acabó, sin traumas.
En realidad, gran parte de culpa la tienen las editoriales
en su eterna búsqueda del genio que nace cada cien
años, o bien del poeta susceptible de convertirse en
producto para crear un fenómeno comercial y sacar tajada.
La estrategia es sencilla: encontrar a cualquiera que, con
veinte años (si tienes menos, mucho mejor) escriba
con cierta soltura, pero que aparente experiencia. Igual que
cuando vas a una entrevista laboral y te piden que seas menor
de veinte pero con tres títulos académicos y
cuarenta años de experiencia laboral. Ridículo,
¿verdad? Pues así ha funcionado el asunto desde
hace lustros. Algunas veces aciertan con el plan y crean monstruos
lo suficientemente inteligentes como para mantenerse durante
años en el sistema; en otras el tiro les sale por la
culata y fabrican un poeta que será el centro de atención
a corto plazo; sin embargo, como hay tantos poetas dispuestos,
no se preocupan por fracasos puntuales. Porque somos insignificantes,
somos mercancía. Y hemos decidido formar parte de ese
tablero con pocos peones y demasiados reyes.
A.M.:
¿A qué aspiras, como escritora, aparte de ser
leída?
A.P.: Aspiro a conseguir un buen empleo para hacer lo que
me dé la gana (editar, escribir, leer) sin preocuparme
demasiado por la falta de tiempo o dinero. Porque sé,
de sobra, que de esto no se puede vivir, y más si vas
por libre, no confraternizas con los ideales de según
qué clanes, no eres lo suficientemente popular en las
redes sociales o no cumples con los requisitos ideales para
que te hagan caso. Mejor hacer las cosas por placer y con
recursos propios, y no por ocupar un puesto y utilizar medios
ajenos. Mientras el milagro se digna a acontecer en mi vida,
sigo echando la Bonoloto semanal, por si las moscas.
A.M.: Un
poema tuyo; o un relato. ¿Es apto para cualquier tipo
de lector o lectora?
A.P.: Mis poemas no son de fácil digestión,
por mucho cinismo, sarcasmo y mala leche que derrochen. Los
relatos son otro cantar, no dejan de ser ficción. Quien
me quiera leer, que lo haga. Ya no me puedo permitir publicar
bazofias punks típicas de mi juventud y ahora soy muy
exigente con lo que quiero mostrar. Este año publico
La balada de la soltera y quiero autoeditar Tundra; son libros
que tienen muchos años, pero confío en lo que
hago. No soy una autora fácil, o mejor dicho, nunca
lo he sido, por no ser dócil o conformista. Por eso,
si prefieren lecturas más ligeras, que adquieran otra
cosa. Y no pasa nada, que yo soy la primera que cuando está
harta de darle mil vueltas a las cosas prefiere un simple
cómic de aventuras que un ensayo sesudo.
A.M.: ¿Qué
remedio aplicarías a la inmediatez que propone la tecnología?
A.P.: La sociedad capitalista trafica con nuestro tiempo.
Y en esta época de prisas, lo inmediato primará.
Por eso estamos dispuestos a deslizar fotos en una pantalla
para elegir el mejor match en un vistazo rápido y no
para leer con detenimiento un perfil que tenga más
de cincuenta palabras. Por eso nos quedamos en la superficie,
porque es más cómodo e implica un esfuerzo mínimo.
Claro que la tecnología conlleva muchos aspectos positivos
que han influido en nuestro día a día, es una
aliada si sabemos explorar su potencial por el beneficio en
común. Sin embargo, una de sus características,
la inmediatez, puede preocupar porque no es compatible con
la esencia que requiere, para captarla, paciencia.
Hoy compartes un poema y de manera fortuita consigues miles
de likes, pero mañana seguirás siendo un perdedor
más que no leerá ni su madre. Hay que aprovechar
el momento. Por eso, muchos jóvenes están un
poco “desesperados”
por seguir escalando, porque saben que con treinta se acabó
el juego. Una perversión propia del hedonismo: se fomenta
la juventud como lo único válido para “triunfar”.
El gran propósito es acumular seguidores en redes sociales
para adquirir, digamos, cierto estatus frente a las editoriales
más notables, y a costa de lo que sea, sin escrúpulos,
a veces. Pero, actualmente, las intenciones se tambalean ante
la lógica del mercantilismo: ahora se pueden comprar
seguidores, por tanto, no hay garantía de que las ventas
sean las previstas para el exigente (y previsible) mercado
editorial. La trama se complica y hay que acudir a otras opciones
para hacerse notar. Y la sobreexposición de la imagen
es una de esas alternativas, bastante efectiva.
A.M.: ¿Y
a ciertas políticas editoriales que comprueban el carnet
de identidad, previo peaje para la publicación?
A.P.: No hay solución: el mundo editorial no va a cambiar.
Hay muchos privilegios que controlar y muchos beneficios que
repartir, dinero público incluido. Ni las editoriales
independientes serán el remedio en el oasis: son insuficientes
para provocar una transformación radical del sistema.
Las pobres ya tienen bastante con mantenerse a flote en un
país donde la cultura es vilipendiada constantemente.
A.M.: Se
me ocurre comparar la literatura actual con un gran circo
romano, donde no falta el pan que acompaña al espectáculo.
A.P.: Desde que el mundo es mundo, habrá cultura de
masas, fácil de tragar y sin más pretensiones
que la de ocupar nuestras horas de ocio. Nada nuevo bajo el
sol. Cultura que, a veces, yo defiendo, ojo, porque yo también
formo parte del populacho. Hay días que no me apetece
hacer un esfuerzo intelectual y me voy directamente a otra
cosa más liviana para evadirme. A veces veo cine independiente
polaco subtitulado y películas comerciales de risa
fácil: eso no me convierte en una traidora de la cultura
“elevada”. Por ejemplo: una de mis novelas favoritas
es Los pilares de la tierra, de Ken Follet no me da vergüenza
confesarlo, y eso no es compatible también con que
me encante Nada, de la grandísima Carmen Laforet.
A.M.: Dijo
Francisco de Quevedo que “El que escribe para comer,
ni come ni escribe.”
A.P.: Yo añadiría que ni es feliz ni tiene salud
mental. Y aún menos dinero para costearse un especialista.
A.M.: Y
Virginia Woolf que: “Para escribir novelas, una mujer
debe tener dinero y un cuarto propio.”
A.P.: No le falta razón. Hay que tener cierta independencia
económica para dedicarte a lo que te gusta y un espacio
para desarrollar tu trabajo sin complicaciones. Y, por supuesto,
cumplir con el perfil deseable para que tengas alguna opción
dentro del caprichoso sector editorial, y tener muchos contactos.
Quien diga lo contrario, miente. A veces, tener dinero, voluntad,
tiempo, talento y paciencia, no es suficiente.
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