Adolfo Marchena: En
el libro se suceden las fotografías de autor con los
poemas. ¿Es tu creación, un escorzo, como muchas
de las imágenes del libro?
Esteban Maldonado: La mayoría de ellas
son mías; otras las tomó mi madre. Estas imágenes
son la representación de mi estado de ánimo.
A veces parecen no corresponderse con los poemas, y es cierto,
porque éstas cumplen una función individual.
Son, en definitiva, poemas que adoptan la forma de una imagen.
A.M.: En dichas fotografías encuentro
dualidad pero también percibo mucho silencio y quietud,
incluso una larga y casi eterna espera.
E.M.: Exacto, porque mi objetivo era alcanzar
el nivel poético a través de la cámara.
El silencio y la paz nocturna (y en ocasiones diurnas) son
la esencia de este poemario. El libro está lleno de
reflexiones camufladas, ya sean en los poemas escritos o en
los visuales. Todos ellos esperan la llegada de la verdadera
paz que tanto ansío. La noche, los recuerdos, el origen
de mi tristeza son el reflejo de un futuro incierto.
A.M.: El haiku ocupa gran parte del libro. A diferencia
de la composición japonesa tradicional, donde la base
es la naturaleza, en los tuyos prevalece lo urbano.
E.M.: Obviamente. El escenario es nocturno
y urbano. Todo lo que me rodea. Creo que es un paso importante
romper con las reglas y llevar los haikus a los territorios
que son desconocidos para algunos lectores.
A.M.: Encuentro una dicotomía en tu poesía
que se deriva de lo urbano, aspecto mencionado anteriormente;
la asocio a lugares como los bares y, sin embargo, el ruido
que estos provocan no existe.
E.M.: Siempre estoy absorto en mis pensamientos,
en el diálogo interior. Lo que está fuera lo
oigo, pero a veces no lo escucho, sobre todo en este libro.
No obstante, creo que en estos poemas habitan muchos ruidos
que nacen del silencio.
A.M.: En tu poesía habita el humo de los cigarrillos
en torno a ese silencio del que ya hemos hablado. En el haiku
que titulas Cenizas, dices: Estoy
fumando / desde el amanecer / Mi vida se reduce a cenizas.
E.M.: El epílogo del libro es Fumo
para quemar las penas. Eso lo explica todo. La imagen metafórica
está muy presente en el libro aunque los lectores no
se percaten de ello. Durante el proceso de escritura del libro,
me pasaba todas las noches fumando y reflexionando y eso tiene
sus consecuencias. Es muy jodido reflexionar sobre el dolor
que te atormenta durante horas y horas de insomnio. Y a veces
la ausencia me provoca episodios de pánico. Todas las
desagradables sensaciones van acompañadas de los cigarrillos,
y cuando llega el amanecer esto es todo lo que queda de mí;
un cenicero repleto de colillas y ceniza.
A.M.: Al hilo de la pregunta anterior, Bukowski, en
una de sus reflexiones dijo: Tienes que morir unas cuantas
veces antes de poder vivir de verdad.
E.M.: Y es cierto. Lo he vivido en carne
propia. Yo he muerto varias veces, y estas experiencias me
han impulsado a apurar la vida con avidez, cigarrillo tras
cigarrillo, noche tras noche. Sobrevives a muchos pesares,
puedes vivir una vida que antes no tenías, pero siempre
quedan los recuerdos, la ausencia, la impotencia, y entonces
tienes que volver a morir y al día siguiente resucitas…Es
un círculo vicioso.
A.M.: Sospecho que eres ecléctico en cuanto
a la literatura y la música se refiere. Puedes saltar
de la música clásica a Tom Waits, por ejemplo;
del mismo modo que lo haces, en la literatura, con el citado
Bukowski, sin denostar a Dostoievski; tan diferentes el uno
del otro.
E.M.: No te has equivocado. Así es.
La música y la literatura también me acompañan
en las solitarias horas nocturnas. Y es muy curioso. Cuando
siento que el dolor se apodera de mí siempre encuentro
refugio en este tipo de música. La voz rota de Tom
Waits y las sinfonías de Dmitri Shostakovich me hacen
sentir bien y mal al mismo tiempo. Por otro lado, trato de
leer todo lo que me gusta, pero lo que más me interesa
es la literatura cruda, en carne viva. Aquí puedo mencionar
a algunos de mis autores favoritos: John Fante, Louis-Ferdinand
Céline, Bukowski, Pedro Juan Gutiérrez, Ernest
Hemingway. Tampoco quiero olvidar a colegas escritores como
Alexander Drake, Juan Cabezuelo o Antonio Javier Fuentes Soria,
entre otros. Otros autores (y autoras) que no puedo dejar
de leer son Dostoievski, Knut Hamsun, Nietzsche, Alejandra
Pizarnik, Sherwood Anderson, Ana Frank, Carson McCullers,
etc.
A.M.: También eres un amante de la historia.
Sueles hacer mención a muchos acontecimientos que ocurrieron,
sobre todo, en la Segunda Guerra Mundial.
E.M.: Efectivamente, soy un amante de la
historia. Ahora estoy leyendo libros sobre las dos Guerras
Mundiales. También me encanta la historia de los Vikingos
y la de la Revolución Cubana.
A.M.: El libro lleva por título Las
sombras de la vigilia; ¿qué proyectan
tus propias sombras?
E.M.: Las sombras son las composiciones poéticas
que están en mi libro, lógicamente. Ellas (las
sombras) tratan de proyectar mis miedos, mis pesares, las
jornadas de reflexión nocturnas. El papel es la pantalla
donde se proyectan estas sombras.
A.M.: Respecto a tu poesía, y también
tus fotografías, encuentro imágenes y versos
que parecen reivindicar la quietud de los objetos (bancos
desocupados, ventanas donde nadie se asoma o ceniceros donde
se consume un cigarrillo).
E.M.: Los objetos y los lugares que mencionas
representan la soledad, los recuerdos y el olvido. En esos
bancos he pasado muchas tardes fumando, pensando en mis cosas
y observando a la gente, el mundo real. Y a través
de esas ventanas no solamente veo una ciudad gris, sino también
a un individuo que parece estar olvidado por los demás.
Un individuo que, ante la indiferencia de los transeúntes,
se dedica frecuentar los lugares donde fue feliz. A través
de esas sucias ventanas me descubro a mí mismo.
A.M.: ¿Consideras que la literatura tiene una
edad? Al margen de su historia y las diversas generaciones
que la forjaron.
E.M.: No, en mi humilde opinión, creo
que la literatura no cumple años. Es cierto que la
superficie de la literatura ha experimentado muchos cambios,
pero su esencia siempre es la misma.
A.M.: ¿Crees que el hábito hace al poeta?
E.M.: Creo que la imagen del poeta –o
del escritor- siempre debería corresponderse con su
obra, aunque esto suponga un riesgo. Conozco a un escritor
y poeta que escribe como una bestia y es jodidamente bueno.
Pero luego interactúo con él, contemplo su presencia
y me decepciona completamente. El que escribe tiene que proyectar
su verdadera sombra. De lo contrario, su obra pierde autenticidad.
Sin embargo, me alegro por él, porque como dije antes,
el poeta o el escritor cuya presencia no se corresponde con
sus creaciones literarias está camuflado y puede pasar
desapercibido.
A.M.: En el poema La ciudad, Cavafis nos dice que
la ciudad irá siempre en ti y que volverás a
las mismas calles.
E.M.: Estoy de acuerdo. Esta pregunta me
ha hecho recordar un poema de
Karmelo
C. Iribarren. En ese poema –no recuerdo ahora mismo
el título-, el poeta vasco vuelve a recorrer las calles
de la ciudad que él amó, pero su visión
es distinta, y es entonces cuando siente una inmensa melancolía.
A.M.: En este sentido, tiene tu ciudad un itinerario
como el de Pessoa en Lisboa.
E.M.: Tengo una relación de amor y
odio con mi ciudad. Nos detestamos mutuamente. Puedo sentirlo
cada vez que camino por sus calles. Pero también siento
que es testigo mudo de muchas desgracias, y ella sabe que
yo lo sé y eso nos une.
A.M.: En tu poema titulado, Cuando te despiertas en
“una
cama deshecha de recuerdos” y, al final
del día reconoces que “no es el momento oportuno
para dejar de fumar y de beber”; ¿cuánto
necesita la poesía de lo prohibido?
E.M.: Mucho. Demasiado diría yo. La
buena poesía tiene que estar libre de tabúes
y abrazar la oscuridad, desnudarse, entregarse a todos los
placeres insanos que la realidad le ofrece…
A.M.: Cuando el lector o lectora lee a un poeta, que
pudiera ser Lorca o pudieras ser tú; ¿a quién
crees que contemplan, en realidad?
E.M.: A veces es un problema muy serio. Hay
muchos poetas que viven una realidad inventada, exceptuando
a Lorca, por supuesto. Esos poetas que solamente tratan de
transmitirte a través de sus versos un mensaje de positividad
exagerada no son para mí. La auténtica realidad
es esta, la que respiramos todos los días cuando salimos
a la calle. Hay putas, suicidas, vagabundos que se mueren
de frio en invierno bajo los cartones, etc. Pero también
estamos –o debiéramos estar- nosotros para dar
la cara, aunque nos la rompan. Podemos encontrar esperanza
y calor en este mundo, en medio del infierno. Para tener esperanzas
no es necesario vivir en otro planeta. Siempre hay –por
extraño que parezca- alguien o algo que te ofrezca
cobijo. Por esta razón, siempre recomiendo leer a Pedro
Juan Gutiérrez, Bukowski y a Roger Wolfe, entre otros.
El lector contempla, a través de las letras la imagen
literaria que el autor ha creado.
A.M.: En mis entrevistas, concluyo diciendo que, por
error u omisión, siempre me dejo algo en el tintero;
¿quieres añadir algo más?
E.M.: Me gustaría recordar que la
mayor parte del poemario se perdió en las entrañas
de un ordenador que no se volvió a encender. También
quiero decir que los poemas que componen el libro fueron escritos
entre 2007 y 2017; las fotos fueron tomadas posteriormente.
El libro que estoy escribiendo en la actualidad es muy diferente.
Sus rasgos son más crudos y directos, pero mi estilo
original prevalece en sus páginas.
Ha sido un placer inmenso compartir este espacio con vosotros.
Muchas gracias.
¡Un abrazako!