Me tomo la mañana con calma
igual que un café amargo
saboreado en diminutos sorbos.
Todos corren sus “rápidos”,
el reloj me dice que debo comenzar el día,
hay un sol dispuesto a calentar el aire
y días de fiesta al final de una semana con apellidos.
Me tomo la mañana con calma…
Pienso en las bombas que llueven en Siria,
en la indignación del pueblo de Venezuela,
en el calvario de la eterna Palestina,
en los atentados de Europa,
en la muerte tempranera de una mujer que hacía política,
y en los cien puñales que me clavaron en la espalda.
Quizá deba comenzar a caminar,
llegar al trabajo
y seguir sonriendo como si nada sucediera,
mientras encuentro mi navaja de exploradora
y trazo con ella una hoja de ruta
sobre un mapa marchito,
e intento dar el primer paso
que me acerque a la aurora boreal,
allá, al final del Mundo.