DICEN los sabios
que, antes de nacer, el arcángel Gabriel
pone su dedo índice
sobre nuestra boca
para que olvidemos toda la sabiduría
que traemos con nosotros desde el cielo.
Así es como las luces entran
y se dan la mano.
No pueden más que parecerme harto estúpidos
aquellos que piensan
que por ser uno poeta o escritor
nacimos enseñados.
Nada más lejos de la realidad.
Yo no nací escribiendo, sino llorando.
Y con mi primer llanto
ya andaba buscando el conocimiento.