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                El 
                    tiempo no vuelve, pasa y retumba siempre  
                    en oídos, en ojos, en sienes 
                    y ensordece los circuitos cerebrales y navega a su antojo 
                     
                    en ondas de masa gris. 
                    El tiempo se viste galas oscuras, se acicala  
                    difuntos vestidos negros  
                    y arremete recio en los recuerdos,  
                    en la cavidad diafragmática-casa-alma,  
                    entre los pechos desprovistos de amarres y desnudos piel a 
                    piel. 
                    El tiempo no se sujeta a mástiles firmes sobre la cubierta 
                     
                    de los barcos, no se sujeta. 
                    Se desploma, se desangra y se mezcla con el agua brava 
                    enrojeciendo las olas blancas 
                    y sube a lomos de tornados y huracanes pretenciosos,  
                    perniciosos e imprevistos.  
                    Una inquietud permanece anclada  
                    en cuerpo-carne-espíritu irreal. 
                    Un suspiro sostenido, un reventón peligroso y agitado 
                     
                    conmueve los senos ancorados. 
                    Un frenazo brusco carente de sosiego  
                    entra fuerte y hasta dentro para ser más tarde una 
                    fuga enloquecida. 
                    Se puede oír un aullido alto y demenciado  
                    en la noche más oscura. 
                    
                     
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