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Que
no se pierda la fuerza en la mirada de los ojos guerreros
que confiesan, entre parpadeos, mil batallas; la sencillez
en el semblante sin retoques, cubierto por el maquillaje polvoriento
de otra época, y el arreglo singular en las mejillas
del colorete que da la edad: arrugas.
Que no se nos escape entre los dedos la arena del reloj, ni
con las prisas que nos va marcando el tiempo se desatiendan
los besos y los abrazos, a veces tan poco valorados, ni se
evapore el sabor de los pucheros cocidos a fuego lento, aderezados
con el amor único de los fogones: los de la abuela,
que nunca se apaguen.
Que no esperemos a la hora última en que se desvanezca,
para estrechar sus manos añosas y admirar su piel de
mujer valiente, de hija, de esposa, de madre, de sabia consejera
de la vida, porque así será para todos: el mismo
juego, las mismas reglas, el mismo punto final en la partida.
Ya a otros perdimos, a todos nos ha pasado, y se nos partió
el corazón al verles partir a un cielo impreciso que
nos hace creer en un futuro reencuentro, para unos lejano,
para otros contiguo.
Ahora es el momento, cuando aún nos pertenece y su
presencia en el sillón no es una evocación melancólica.
Ahí está, aguardando paciente a la espera de
ser escuchada, de ser lo que se merece: la señora y
dueña de su hogar, el agua misma que riega sus macetas,
el fino hilo que teje y maneja el croché, el oído
sordo que precisa repeticiones, el miedo a perderse para siempre.
Somos hoy renacer de un mañana y mañana seremos
ella, la anciana, constituyendo una rama quebradiza del extenso
árbol genealógico, perderemos la cabeza y necesitaremos
un bastón que sostenga el peso de nuestros pasos lentos
y cansados, con el pulso estremecido y la sangre cristalizada.
Pretenderemos, entonces, no perdernos en esa vuelta de tuerca.
Seremos el pez que se muerde la cola, la ilusión óptica
de una rueda giratoria, la paradoja del destino.
Que no, que no quede a la espera encarcelada en un paréntesis,
que no sea su presencia un problema, un obstáculo;
que no se anegue en lágrimas de soledad y tristeza,
que no pierda la ilusión y se convierta en un nido
de canas consumiéndose en el lecho del abatimiento.
La voz de la experiencia que no se silencie, el alma noble
que no se lastime, el esfuerzo que entregó que sea
gratificado.
Que no caiga en el olvido. La sonrisa de la abuela: que no
se pierda…
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