Estás en > Mis repoelas > Colaboraciones

 

Relato de Mercedes Martínez

LA HUIDA




Miramos sin ver, ciegos. Huimos desde siempre, desde el derrumbe, y no sabemos dónde nos dirigimos.
Anduvimos sin parar, después del estruendo. Nos alejamos sin mirar atrás. Después, solo fue costumbre.
El ser que me habita asegura que no hemos llegado al destino. Por eso miramos sin ver la sucesión de paisajes y de pueblos que vamos recorriendo. Andamos apresurados como animales que entran en pánico.
Encontramos gentes que huyen sin rumbo, sin meta. Nos reconocemos en la mirada vacía. A veces, algunos se detienen y ya no siguen más. Nunca he sabido si era cansancio o habían encontrado un lugar donde quedarse. Otras veces desaparecen sin que nos demos cuenta.
El ser que me habita, duerme dentro de mí. Miro alrededor y reconstruyo un puzle con lo que me rodea, monto un paisaje de bosque y maleza. El camino es estrecho y está poco hollado. Los que me siguen confían en mí, pero a menudo, quiero correr y dejarlos a su suerte, con su equipaje de miserias y miedos, arrastrando tras de sí a hijos, padres y fantasmas.
Pasamos por un desfiladero que bordea un abismo lleno de árboles, viejos como las montañas. El abismo nos llama en el murmullo del río, allá abajo, en el sonido del viento en las hojas. Salimos a una llanura verde, sin árboles, con grandes rocas, y el cielo se abate sobre nosotros, nos dejamos caer vencidos.
El ser que me habita, despierta en mí y comienzo a andar. Vuelvo a pensar en escapar, pero siento una punzada en el pecho y comienzo a boquear, sin aire. A intervalos logro enderezarme. Me dirijo a ellos, alzando la voz. Me siguen y bajamos hacia el sur, aún verde, pero con la vegetación más rala.
Abajo hay casas sueltas y una plaza pequeña. La bajada es dura, hay que clavar bien el tacón de la bota para no resbalar. Mucha gente va descalza y tiene los pies amoratados, con heridas. Ayudo a una mujer demacrada, cojo a su bebe mudo en brazos. La mujer se apoya en mí, sus zapatos y sus piernas aguantan mal las piedras sueltas.
En la plaza hay una fuente de piedra y detrás de las casas empieza el bosque. La gente nos da comida, algo de abrigo y miradas de lástima, la mirada del que se siente seguro, en su sitio.
Decido escapar esa noche, el ser que me habita esta mudo. Guardo agua, comida y ropa. Me siento en el suelo, me recuesto en la pared y me invade el sueño.
Un roce en la cara y me incorporo de un salto. El bebé mudo, con sus pasos tambaleantes se acerca a mí y me toca la cara. Su madre duerme, tan cansada que ni siquiera cierra los ojos del todo. Cojo a la niña en brazos y se agarra a mi cuello. La madre abre los ojos. Llévatela, articula con dificultad. Recojo un atado con ropa de la niña. El ser que me habita se revuelve y me urge a escapar. Ahora sí.
La niña sin nombre y yo entramos en el bosque. Al volver la cabeza encuentro la mirada fija de su madre. Pienso en que tenemos comida y decido bajar hacia el sur, hacia el mar. Así es como decido también el nombre de la niña que se ha convertido, de repente, en mi hija.
 

Selección de y relatos y poemas escogidos de © Mercedes Martínez , cedidos amablemente por la autora, para su publicación en la revista mis Repoelas:






La huida


Condenados


poemas


 


Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras