No me pienso como escritor. Escribo, sí, a menudo;
casi a diario. Hubo un tiempo en el que escribía
por escribir, en el que leía por leer; un tiempo
en el que me gustaba trabajar las palabras para, quizás
algún día, pensarme como escritor. Pero eso
ya ha pasado. Era el momento en que empezaba la carrera
de Bellas Artes, obnubilado por las estéticas, por
la “libertad” del arte, su “capacidad
de expresión”... y todos esos grandes conceptos
místicos de este mundo esotérico que desde
hace un tiempo me ocupo -aunque sólo sea en lo que
concierne a mi mismo- de desacralizar.
A la belleza y el ritmo de las palabras, las hizo tambalear
el trasfondo. Al entretenimiento, el arduo conocimiento.
A la fútil genialidad y a la ocurrencia... a estas
las desplazó el método; silencioso, sin aplausos,
sin palmadas en el hombro. Fue más tarde cuando comprendí
que mi paso de Flaubert a Gorki tenía reflejos históricos,
esencia social y explicación científica.
He matado pasión y relatos mágicos desde
entonces. He plantado pensamiento crítico, análisis
político y coherencia. Y en estos relatos queda el
registro de este paso, de una transformación que
aún se está dando y que no sé a dónde
me va a llevar; pero que, por ser joven, observo sin ninguna
prisa. |