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Ama este pedazo de tierra,
le dijeron,
ámalo que te ha visto crecer.
Pero el niño había visto las mismas margaritas
aquí y allá,
junto a las mismas mierdas de caballo.
Ámalo, que te ha visto nacer,
le dijeron.
Y el niño conocía las lágrimas
regadas por todos los rincones,
aquí y allá,
siempre saladas, siempre agrias,
dulces sólo para los egoístas.
Ámalo que nos ha visto nacer,
le dijeron.
Y la sangre era roja, viscosa y tibia,
el hambre doliente trenzado en las tripas
aquí y allá,
y engordaba la gula.
Ámalo que verá a tus hijos nacer,
le dijeron.
¿Acaso educando peregrinos,
nacerían amantes del camino?
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