Casi nonagenario
                      -después de quince años de ceguera-
                      la evocación a tientas del pasado
                      equivale en mi padre
                      a resistencia.
                      El ahora es relente,
                      una cronología que tortura
                      con terapias y síntomas,
                      e ignora el leve aroma
                      de las flores de invierno.
                    Mi sedentaria angustia,
                      a cuerpo limpio,
                      no deja de pensar en cómo observa
                      aquello que no ve;
                      con serena sonrisa
                      enumera detalles
                      que debieron ser ciertos
                      y yo escucho sonámbulo,
                      mientras cierro los ojos.
                      Todo pasó, no importa
                      si el pasado no asiente
                      o la estricta verdad le contradice.
                    A veces su mirada resucita.
                      Posiciona en un mapa
                      imágenes dispersas.
                      Su voluntad es luz;
                      es el tacto que gira el picaporte
                      para abrir desde dentro
                      la puerta infranqueable.