Cabalgaba al galope sobre la arena; la espuma se enrollaba
en las patas del caballo cuatralbo. Atardecía en aquella
playa nórdica, y la luz del alba había sido
la luz de todo el día, prologándose hasta el
crepúsculo; tibia y plácida, llena de bondad
y brillo. Era el día 37 y aún quedaban por delante
días negros, días en los que el sol yacería
muerto bajo el horizonte.
El galope, que iba a ser infinito, cayó muerto, doblegado
por la mentira. Y los ángeles asesinos los retrocedieron,
lo devolvieron al inicio de sus andanzas, o más atrás.
Lo escupieron, le echaron tierra, lo regaron con sangre amiga;
lo convirtieron en historia, en falsa historia, en delito…
Pero nunca lo abandonaron pues prefirieron tenerlo preso.
Hoy el caballo cojea junto al mar. No hay ya poetas que vibren,
ni gloria; sólo hay supervivientes. Inspirados en el
rugir del galope quedan pocos, la mayoría se entregaron
a músicas zalameras, a Dios o al Trabajo. “No
es momento para caballos” oí, y quizás
tuvieran razón. |
|
Lanzados estamos al sórdido mundo de muertes pasadas
que araron mentiras presentes, y entre las mentiras, malas
hierbas somos. Cómo escapar a caballo sin caballo,
de un lugar que no tiene escapatoria.
Galopa caballo cuatralbo que la tierra es tuya... Me alcanzarás,
quizás en sueños; que aún me exalto
con tus antiguos pasos. ¡Ay, quién pudiera
remover, en vez de vivir, los tiempos!
|