La verdad, decían, no es más que un relato,
y relatos hay tantos como sujetos. De modo que allí
de donde pendía un sólo hilo dorado - un hilo
siempre en proceso de trenzado - colgaron cientos de miles,
algunos incluso más brillantes y suntuosos que el
original, fabricados a destajo con los deshechos que la
historia de la ciencia ya había falsado. Y colocaron
también a azafatos y azafatas, bellos y bellas, que
resaltaban el valor de aquellas baratijas.
No censuraron nada, pero ya apenas nadie supo qué
era cierto y qué no.
Los abanderados de la Libertad también vinieron
a decirnos de dónde provenía el pensamiento,
cuál era nuestra historia, quiénes nuestros
amigos, cuáles nuestros problemas. Dijeron, también,
que construían casas para todos, y en su bondad,
se llenaron los bolsillos de dinero. Los abanderados de
la Libertad trajeron las votaciones y, sin saber cómo,
resultó que entre todos escogimos votar a favor de
nuestra desdicha.
Nosotros, hace unos días, libres para ejercer nuestra
miseria -sin casa ¡ay, todas aquellas casas! y sin
trabajo- rompimos de un golpe los juegos de luces. Nuestra
historia -redescubrimos- ha sido la de siempre, las de los
muchos que vivieron y murieron sin nada. Nuestros enemigos
-reconfirmamos- han sido los de siempre, los pocos que lo
tienen todo. Desde que los abanderados de la Libertad vinieron,
sólo un reino se ha erigido bajo nuestros pies, el
reino de la necesidad. Y tiene un monarca.
Si la historia ha transcurrido de forma plácida
de un tiempo atrás hasta aquí, no ha sido
por una buena cosa. Todo fue por el ejercicio de nuestra
sumisión apoyado en la ignorancia. De aquí
en adelante espera el peligro de los tiempos interesantes.
Hoy, hemos desmantelado sus librerías que bloqueaban
el paso a las bibliotecas, y los dueños de la Libertad
nos acusan de opresión. Nos hemos deshecho de los
falsos relatos que nos vendían como verdad -los hemos
llevado al museo de la miseria de la filosofía -
y nos acusan de censura. Estamos elaborando una nueva democracia,
donde todo lo que los seres humanos fabrican, es decidido
por los seres humanos; pero nos acusan de dictadores. Venimos
a construir un mundo nuevo ¡un mundo nuevo! y nos
acusan de destructivos y vagos.
Gritan, allí en la esquina, mientras patalean con
ametralladoras, que llega el Fin. Y nosotros, también
con fusiles -porque no podemos permitir que aniquilen nuestro
pacifismo- respondemos que sí, que en el alba mismo
está su fin, pero sólo el suyo; que donde
se atan nuestras cadenas se erige su dominación,
y que en los tiempos venideros ya no quedarán ni
unas ni otra.