LOS
COLORES DEL ARCO IRIS
|
|
El Arco Iris se estaba borrando en Han, el mundo de arriba,
el que pertenece a los antepasados y los dioses. Ya faltaban
dos colores, el Blanco, regidor de la ciencia, y el Amarillo,
de la energía y la fuerza.
Opakay, sabio de Neol, el mundo visible, miraba hacia el cielo
muy preocupado; el Violeta, expresión de la armonía
comunitaria, estaba difuminándose delante de sus ojos.
Sentía que se le acababa el tiempo, que debía
actuar ya. Temía por su querida y hermosa tierra de
fértiles valles e imponentes montañas; los valores
de sus nobles habitantes estaban íntimamente ligados
a los siete colores que se extinguían y su fin podía
ser inminente.
|
Se dirigió rápidamente al Ayllu, el círculo
purificador reservado a los Venerables y a los iniciados,
y entró. En el centro, una figura menuda de tez pálida
y larga melena rojiza esperaba sentada con las piernas cruzadas
y la cabeza baja; era casi una niña. Opakay murmuró
un breve cántico con voz monocorde, vertió un
líquido en una taza dorada y la dejó frente
a ella. Al cabo de un rato, dijo:
—Ha llegado el momento, Quillama. Ella miró al
Venerable con sus ojos violetas, levantó el cuenco
y bebió todo el brebaje.
Parecía dormir, la barbilla apoyada sobre el pecho
y los brazos cayendo laxos a los lados; pero poco a poco sus
rasgos cambiaron transformándose en los de un cóndor
que desplegó las alas y elevó el vuelo.
Los neolís admiraron en silencio la majestuosa figura
que surcaba el cielo, la observaron con profundo respeto durante
un rato, hasta que de pronto, desapareció.
El cóndor había traspasado la fina línea
que separa lo material de lo etéreo, sobre él
se extendía un espacio de oscuridad casi total; era
el reino de Apopai, señor de la no muerte, condenado
a vagar eternamente entre los dos mundos sin poder entrar
en ninguno. Egon, creador de todo el universo, le había
expulsado de Han por haber querido usurpar su trono.
La presencia
de un intruso del mundo visible le fue revelada al amo de
las sombras y, contrariado, envió al huracán
y a la cellisca para que acabaran con él. Quillama
sentía el dolor en el cuerpo del cóndor, notaba
las gotas de agua, cortantes como afiladas cuchillas, las
plumas arrancadas por el fuerte viento. Por un momento creyó
que no tendría fuerzas para seguir, pensó que
tal vez fuese mejor dejar de luchar; pero recordó que
su gente y su mundo dependían de ella y arremetió
contra la cortina de agua, la traspasó y penetró
en la oscuridad, donde no había ni viento ni lluvia.
El malvado señor montó en cólera al ver
que sus elementos eran burlados, salió del interior
de la oscuridad absoluta, donde moraba, dispuesto a destruir
él mismo al extraño ser que se atrevía
a desafiarle. Una sombra más densa y negra que las
tinieblas de las que surgió, se perfiló frente
a Quillama. Ante su presencia, el aire helado rugió
de nuevo con más fuerza.
—¿Quién eres tú? —Preguntó
con su voz de trueno.
—Soy Quillama, portadora del tornasol, y he de pasar
la negrura para llegar al nacimiento del Arco Iris, en la
cascada de Ostur.
—Nunca pasarás al otro lado — bramó
Apopai.
|
|
Un potentísimo rayo atravesó el cielo directamente
hacia Quillama, pero ésta estaba protegida por el espíritu
del Gran Cóndor. El rayo, al rozar al pájaro,
se descompuso en finísimos haces de luz que, al momento,
se fundieron en una gran bola luminosa. Apopai retrocedió
ante el fulgor, Quillama aprovechó la debilidad de
su enemigo y se coló por la brecha abierta en el reino
oscuro, perdiéndose de vista.
|
El grito lleno de ira de Apopai se escuchó en los tres
mundos; no podía entrar en el círculo luminiscente,
la entrometida se le había escapado.
La cascada de Ostur estaba en un gran valle de nimbos blancos,
nadie podía decir dónde exactamente pues cambiaba
de sitio según el humor de Nowet, su eterno guardián.
Como era un ente inquieto, llevaba la cascada y los brotes
de Arco Iris de aquí para allá, sin dejarlos
nunca en un lugar concreto. Sólo el espíritu
del Gran Cóndor que vivía dentro de Quillama
era conocedor de cada lugar en cada momento, y fue él
quien la guió.
El paisaje que encontró al otro lado era espléndido,
los rayos del dios Lem inundaban el lecho de nubes creando
un calidoscopio de contrastes.
A Quillama le dio un vuelco el corazón al llegar a
la cascada, los pocos colores que aún quedaban estaban
tan desdibujados que apenas se distinguían entre la
bruma que formaban las gotitas de suave pigmentación.
Sólo ella, la de iris violáceos, podía
devolver al Arco los siete tonos regidores de la vida, había
nacido con ese único fin, aunque ella lo ignorara.
Lo que sí sabía era lo que debía hacer,
(Opakay la había instruido bien) así que abrió
las alas e inclinó la cabeza hacia atrás, su
forma animal la abandonó y volvió a ser la delgada
y hermosa joven neolí. Acto seguido se sumergió
en la cortina de agua coloreada, se bañó bajo
su chorro olvidándose del tiempo que transcurría.
Se entregó, como estaba escrito, a Lem y a su sino.
Abajo, en el mundo visible, miles de almas esperaban conteniendo
la respiración, suplicando a los dioses que ayudaran
a su enviada. Pero el tiempo pasó y, como se mide de
forma diferente en cada mundo, los neolís debieron
volver a sus quehaceres cotidianos.
Transcurrieron muchos años sin noticias de Quillama,
sin Arco Iris; sin regencia en las artes, las ciencias, la
política y la sociedad, sus pueblos estaban sumidos
en el caos y el desorden, y sus gentes en la degradación
moral. Hasta que un día cayó un aguacero y a
la par lució el sol y, junto a ellos, los siete colores
descendieron desde el cielo cubriendo todo Neol. Con el Gran
Arco Iris, los neolís recuperaron la paz y el orden
natural de las cosas regresó a sus vidas. Quillama
nunca volvió.
Pero desde ese día un hermoso cóndor acompaña
siempre al Arco Iris, y Opakay se inclina ante su majestuoso
vuelo.
|
|
Poemas y relatos de © Edurne M. Aiona
, seleccionados por la propia autora para la revista mis
Repoelas:
Princesita Pitiminí
Los colores del Arco Iris ~ :
~ Polosesa
|
|
|
|