Charly era un
buen chico, pero era tímido e introspectivo. Sin embargo,
a ella le gustaban los hombres intrépidos, osados y
con inclinación hacia el debate. Su relación
le resultaba monótona, y a pesar de haber sido ella
quien tomara la decisión de dejarlo, se sentía
abatida y apática. En cuestiones de amor, su vida era
lo más parecido a una mosca dándose de bruces
contra el cristal de una ventana. Su instinto le decía
que había algo maravilloso esperándola al otro
lado, pero nunca era capaz de alcanzarlo.
Lo que menos le apetecía en esos momentos era sentarse
a la mesa con un puñado de desconocidos. En total,
seis hombres y seis mujeres en una cita a ciegas donde cada
quien juzgaría a cada cual, no por su aspecto, sino
por las sensaciones y emociones que pudiera transmitir el
sonido de su voz.
¿A quién se le habría ocurrido semejante
idea?
Su amiga Claudia no había parado hasta convencerla.
Se mostraba entusiasmada con esta nueva forma de relacionarse
con el sexo opuesto. Decía estar harta de que los hombres
la juzgaran por su físico y quería probar su
capacidad de seducción sin contar con esa ventaja.
María la escuchaba un poco perpleja; Claudia tenía
un físico espectacular, por eso nunca le habían
faltado los pretendientes. Sin embargo, tenía una voz
estridente, algo en lo que ellos no solían reparar
demasiado; su rostro perfecto y sus piernas kilométricas
acaparaban toda su atención.
Se animó pensando que tal vez resultara divertido,
y a Claudia no le vendría mal recibir una cura de humildad.
Consideró entonces sus propias posibilidades. Su aspecto
era mucho más corriente que el de su amiga; ni guapa
ni fea, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca. En cuanto a su
voz, tampoco estaba segura de que resultara agradable, y se
preguntó si sería capaz de conquistar a alguien
solo con su manera de expresarse.
En eso estaba pensando cuando llegaron al local. Un hombre
trajeado las recibió y las condujo a una pequeña
antesala. Allí les explicó que, para preservar
su intimidad, cada mujer sería nombrada con una letra
y cada hombre con un número. María decidió
escoger la letra “Z”, mientras que Claudia se
decantó por la sinuosa y curvilínea “S”.
Dos camareros, provistos con gafas de visión nocturna,
las guiaron por un pasillo oscuro hasta la entrada del salón.
A Claudia se le escapó una risita nerviosa y María
apretó los labios con fuerza ante su incapacidad
para dar un paso a ciegas. Escucharon el ruido de una puerta
al abrirse, y avanzaron hasta la mesa. Una vez acomodadas
en sus respectivos sitios, los camareros guiaron sus manos
hacia los utensilios que utilizarían durante la cena.
—Hola —dijo una voz masculina a su izquierda—.
Soy el número 1.
—Encantada de conocerte —respondió María—.
Yo soy Z.
—Qué curioso —dijo 1—. Yo soy el
primer número y tú eres la última letra.
A María le resultó presuntuoso que alguien
decidiera adjudicarse ese número. Además,
la voz del hombre le había sonado floja, sin inflexión,
demasiado poca cosa para un número tan importante.
No sabía si el sitio de su derecha se encontraba
ocupado. Despacio, estiró el brazo y el roce cálido
de un cuerpo hizo que la retirara al instante.
—Lo siento —dijo girándose hacia quien
estuviera allí sentado.
—No pasa nada —le dijo otra voz masculina—.
No tenías por qué saber que estaba aquí.
—El hombre guardó silencio un momento, y luego
añadió—: Soy el número 7.
A María le entró la risa.
—¿Cómo la película?
—Sí, como la película —admitió—,
aunque también porque a mi madre se le ocurrió
traerme al mundo ese día.
La voz de 7 le resultó agradable. Más que
eso, tenía una cadencia sensual y atrayente. Le empezaban
a fascinar los matices que podía apreciar en cada
voz. La de 1 le había transmitido un grado de inseguridad
y a la vez de prepotencia. Sin embargo, la voz de 7 despedía
templanza y sosiego. No pudo evitar comenzar a fantasear
con su aspecto.
Desde algún lugar de la mesa, le llegó la
familiar y estrepitosa risa de Claudia. Aguzó el
oído y escuchó su parloteo incesante, que
parecía no ser muy correspondido.
La cena comenzó con unos entremeses. María
reconoció el sabor y la textura de cada entrante,
y tenía que admitir que la oscuridad potenciaba cada
aroma y cada sabor de una forma increíble.
Los comensales fueron perdiendo la timidez inicial y en
el segundo plato un sonoro murmullo envolvía ya el
ambiente. Escuchó fragmentos de conversaciones entremezcladas,
sonidos que le habrían pasado desapercibidos de haber
alguna luz encendida. La experiencia estaba siendo mejor
de lo que había imaginado, y se alegró de
haberse dejado convencer por Claudia.
Número 1 resultó ser un pedante charlatán,
que rebatía cada uno de sus comentarios. Además,
no dejaba de hablar sobre sí mismo y sobre sus logros
personales. Decidió ignorarle y centrarse en el número
7, que, sin embargo, no había hablado demasiado.
Conversaron sobre lo exquisito que estaba todo, sobre cómo
cambiaban los sabores y los aromas cuando se prescinde de
la vista. 7 se inclinaba hacia ella cada vez que le hablaba,
y su voz le susurraba palabras cerca del oído. A
María le rozaba el calor de su aliento, algo que,
en esos momentos, le parecía tremendamente sensual.
También percibió su aroma; un intenso olor
a madera de roble que sin duda aportaba el vino tinto. Pero
también olía a una suave y agradable fragancia
que no supo identificar, no era un perfume, era algo más
personal, tal vez el particular aroma de su piel.
Entablaron una íntima conversación solo para
ellos, incluso él se atrevió, durante un instante,
a depositar una mano sobre su brazo. Ella notó que
el vello se le erizaba debajo de la ropa y experimentó
una sensación de atracción intensa hacia aquel
desconocido. Estaba deseando que las luces se encendieran
y poder ver su aspecto.