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Decime, Aurelio, decime vos que salís de ahí,
si viste a Laura, si seguía dentro del auto aún;
el bolso abierto para agarrar un pañuelo o si recién
se había secado aquel rímel como aluvión
de tierra por su cara; decime, Aurelio, que sólo ese
pañuelo, la billetera, un espejo en ese bolso, tal
vez el libro que pensaba regalarme de ser otros sus labios;
pero hasta ahí, Aurelio, y decime que lloraba agua
y no cristal roto, decime que la palabra revólver era
nomás un disparo al aire, decime que podrá torcerme
la cara porque habrá una próxima vez que me
vea, que su corazón latirá y se helará
y volverá a latir para aquellos que aún sin
saberlo la están esperando. Decime, Aurelio, sólo
decime que podrías regresar ahorita mismo y ronronear
a la orilla del auto, maullar mientras podés ver a
Laura y tenés que apartar tu patita de la puerta porque
ya está saliendo y te acaricia y en tu pelaje gris
la huella de una mano triste.
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