Cuando la huella del animal
                      comienza a disiparse y en la tierra
                      una costra amenaza cualquier
                      forma de redención, pienso
                      en aquellos veranos ingrávidos,
                      en la casa de adobe 
                      luciendo sobre la sangre ácida.
                      Luego la herida vuelve a hacerse carne
                      y con la carne vuelven los arcos
                      y las flechas y los cazadores
                      apostados en un rincón de la memoria.