Y aquí yazgo, madre, 
                      sobresaliendo de la tierra la prominente barriga.
                      Mis brazos, manos, piernas, ojos, 
                      se han integrado tanto en la arcilla 
                      que ya no siento que esté viva. 
                      Todo rodea el vientre.
                      Doy vueltas, madre, doy vueltas alrededor
                      de tu vientre. Su piel es porosa 
                      y su olor desunce los significados.
                      Se acercan unos niños. 
                      Oigo sus palabras inocentes
                      al encontrar la misteriosa redondez 
                      que da sentido a sus huellas. Ya llegan, madre, 
                      los padres de esos niños que desencadenarán
                      violencia, raptos y más tarde la guerra. 
                    
                    
                    
                    
                    
                      No decir amor. Ni sanar con sus sílabas
                      las llagas del hijo. No saber del hueco
                      que tensa la respiración hasta que nos rompe.
                      No decir más madre. Ni signo que suaviza
                      el puño. No cerrar los ojos. No decir ojos. 
                      No ver el símbolo. Ni la cuerda. 
                      No esperar aves.
                    
                    
                      De nada venimos y hacia nada 
                      avanzamos. Esto es la vida. 
                      Tender un ala al borde del arrecife. 
                      Esto es la muerte. 
                      La dimensión del pulso en la piedra.