Te regalo las llamadas
sin motivo,
los días abatidos de mis huesos,
cuando el nudo me silencia la garganta
y el espíritu está en contra de la guerra.
Te regalo la inocencia de mi carne,
la nodriza, también la arrabalera,
con el ruego que me acunes en tus brazos
y en el aire se disipe la tormenta.
Te regalo los minutos que no tengo,
los segundos que ignoras y te pienso,
las palabras sin sentido de las horas,
los verbos que me urgen en la lengua. |